martes, junio 20, 2006

La educación académica: un dios de hojalata (i)


"Ojalá no hubiera ido nunca a vuestras escuelas la ciencia, de la que esperaba, con la insensatez de la juventud, la confirmación de mis alegrías más puras, es la que me ha estropeado todo. En vuestras escuelas es donde me volví tan razonable, donde aprendí a diferenciarme de manera fundamental de lo que me rodea; ahora estoy aislado entre la hermosura del mundo, he sido así expulsado del jardín de la naturaleza, donde crecía y florecía y me consumo al sol del mediodía." Friedrich Hölderlin


Las pasadas fiestas de Navidad decidí leer un libro que tenía en mente desde hace algún tiempo, el libro es “Mi familia y otros animales” de Gerald Durrell. Es una autobiografía suis generis del autor en sus años de niñez que pasó en la isla griega de Corfú. Es una maravillosa obra humorística que derrocha humanidad y amor a la naturaleza no obstante, este libro, en principio simple y superficial, me planteó una cuestión que ha estado rondando en mi mente desde entonces. La pregunta, que puede resultar un tanto radical pero, a la luz de este sencillo libro, es completamente planteable, es: ¿como de necesaria es la educación académica para la formación de una personalidad plena?

El pequeño Gerald Durrell en la mediterránea isla de Corfú va desarrollando un paulatino interés por los animales y las plantas de la isla. Caza lechuzas, pesca estrellas de mar, disecciona una tortuga muerta que encuentra en alta mar etc. Con el paso de los años este autor se transformó en un importante naturalista que trabajó en defensa del medio ambiente hasta el fin de sus días. El caso, sin embargo, es que la formación “oficial” de la escuela era reducida, incluso mínima. Narra las fatigosas y esporádicas clases con diferentes preceptores de las que no recuerda nada más que su incapacidad para el francés y la geografía. En ese clima de total libertad y casi carente de una educación escolar se desarrolló un niño que con el pasar de los años se transformó en un reputado zoólogo. Hoy en día que se escucha reiteradamente ese eslogan de que el nivel académico de los alumnos es pésimo me pregunto qué importancia tiene ese tan rimbombante nivel académico para el verdadero desarrollo de los alumnos... cada día sospecho más que la importancia es ninguna.

El domingo pasado terminé de leer el bellísimo libro de A. S. Neill “Summerhill” y mi opinión acerca de la nula importancia del sistema de formación académico se ha visto reforzada. La educación se ha transformado en un ídolo para el pensamiento democrático actual como la asistencia a la Iglesia lo fue para el pensamiento medieval. Piensa en tu etapa de estudiante ¿a cuantas injusticias te enfrentaste sin armas contra ellas? ¿cuantos excesos tuviste que admitir sabiéndote indefenso ante ellos? ¿cuantas veces quisiste reclamar un examen y comprendiste que eso era una inutilidad? Cuando hayamos respondido a todas estas preguntas quizás debamos plantearnos cuales fueron esos valores ciudadanos tan cacareados en los atriles de la defensa de la educación que nos fueron inculcados desde la más tierna infancia.

Poco a poco las guarderías, los colegios, los institutos e incluso las universidades se han transformado en almacenes de bebés, niños, adolescentes y jóvenes. Perfectas maquinarias para transformar a cualquier persona en un fiel votante del PP o del PSOE, en forofo seguidor de la Selección o en fan de “Gran Hermano”. Conocimientos muertos e inútiles emponzoñan nuestras escuelas.

Masificación es antónimo de libertad; el individuo en el universo académico no es más que un número entre cientos, cuando no miles. Así como en la sociedad post-industrial el trabajador se transforma en un engranaje más de la maquinaria de producción, el sistema académico de estas sociedades reproduce ese modelo antropológico. El fracaso escolar, en ocasiones, demuestra más espíritu de rebelión y de hastío que estupidez; la brillantez académica más servilismo que inteligencia.

En un país desarrollado una persona con formación superior debe invertir aproximadamente un tercio de su vida en la formación académica... quizás no estaría de más recordar esa frase de Oscar Wilde: “La educación es algo admirable, pero conviene recordar de vez en cuando que nada que merezca saberse puede ser enseñado”.

Este post, he de admitir, me ha quedado poco constructivo; en el próximo intentaré, de un modo más constructivo, mostrar otras formas de educación no liberticidas.
Sé feliz