jueves, noviembre 30, 2006

La agresividad en el desarrollo infantil


En el post de hoy analizaremos la función que cumple la agresividad en el desarrollo infantil. Para este análisis nos serviremos de la reflexión que hace Anthony Storr en su libro La agresividad humana, capítulo V "La agresividad en el desarrollo infantil".
Para Storr el concepto de agresividad es considerado de una manera parcial; cuando hablamos de agresividad la consideramos como violencia pero esto no siempre es así. La violencia surge como una agresividad que se ve frustrada, en ocasiones violencia es sencillamente sinónimo de frustración manifestándose. La agresividad se presenta, generalmente, como el impulso que nos lleva a dominar el mundo circundante y en este sentido la agresión tiene un papel imprescindible en el desarrollo del niño. El bebé desde el instante en que es capaz de arrastrarse muestra un fuerte interés exploratorio, este interés tiene como meta el control y conocimiento del mundo que le rodea. Si el niño careciera de este impulso de dominio sobre el mundo exterior se convertiría en una isla en sí mismo sin interrelación con el mundo extrasubjetivo.
Storr reconoce que cuando este impulso se ve obstaculizado aparecen los sentimientos negativos que generalmente asociamos a la agresividad: angustia, rabia u odio. En este punto el autor admite que una obstaculización excesiva de este impulso exploratorio en la infancia puede desembocar en una represión y mala canalización de la agresividad. Al tiempo que constata esto, constata también que en las sociedades urbanas el niño se cría en un entorno artificial, por lo que la represión del impulso exploratorio debe ser mucho mayor que en un ambiente natural. En un piso, por ejemplo, hay cientos de peligros acechando al infante: enchufes, productos químicos tóxicos, terrazas etc. los padres, evidentemente, deben cuidar la actividad exploratoria de su hijo para que esta no le acarree un daño grave o incluso la muerte... Esto hace concluir a Storr que en las sociedades urbanas la cantidad de agresividad reprimida debe ser considerablemente alta.
Entendiendo el concepto que tiene Storr de la agresividad se comprenderá que para nuestro autor la agresividad sea la manifestación de un deseo natural de independencia. De aquí se concluye lógicamente que cuanto más dependa de una persona el niño, mayor será la agresividad latente que sienta contra esa persona. Depender de una persona significa estar en poder de ella y percibir la liberación de la voluntad de esa persona como meta del desarrollo lógico de la personalidad. Esta agresividad latente que genera la dependencia explica porque los estallidos de agresividad se producen, irónicamente, entre las personas que más se necesitan mutuamente (padres e hijos, parejas, amigos íntimos). En las relaciones afectivas profunda existe una mutua dependencia que si no es superada de distintas formas puede generar violencia latente que eventualmente se manifestará de modo explosivo. En todo caso, esta agresividad contra los padres o maestros del niño pequeño es natural e imprescindible para su normal desarrollo.
Al hilo de lo anterior podemos entender porque en la especie humana se encuentra esa inusual manifestación de violencia. Teniendo en cuenta que el desarrollo físico del hombre no queda completado hasta la edad de veinticinco años se entiende que en nuestra especie el periodo de dependencia de los niños es desproporcionalmente largo. Este periodo de dependencia genera, por fuerza, una mayor agresividad y deseo frustrado de escapar de la dependencia de nuestros congéneres. En esta tesitura ¿cómo debe ser la educación del niño? Storr no propone una solución fácil ni políticamente correcta: por un lado el niño necesita alguien sobre quien descargar sus impulsos agresivos y percibir la resistencia de una autoridad; por otro, necesita también tener la sensación de que puede superar esa dependencia, esa autoridad paulatinamente. Tanto el modelo del pater familias victoriano, como el padre condescendiente son negativos para el normal desarrollo del menor. Un padre demasiado agresivo sólo conseguirá generar un niño que manifieste su agresividad frustrada de manera exagerada o un niño completamente sumiso y dependiente. El padre permisivo, igualmente, generará un niño que al no poder manifestar su agresividad en el mundo externo la interiorice contra si mismo (autoreproches) o un niño con una personalidad desinhibida con respecto a su impulsos agresivos, el típico niño problema que al no habérsele impuesto unos límites para su agresividad manifiesta esta agresividad de manera desaforada.
Dada la necesidad de manifestar los impulsos agresivos en el mundo externo Storr no se opone a los juegos considerados violentos por los adultos o a los cuentos de hadas que nos pueden impresionar por su crudeza. El niño necesita plasmar su agresividad y jugar a que puede superar obstáculos que en el mundo real se le plantean como insuperables. La fantasía cumple un papel imprescindible en la canalización de los impulsos agresivos del niño y dice el autor que, no permitir esta liberación de los impulsos en el juego podría llevar aparejada la necesidad de expresar esos impulsos por otras vías menos afables que el juego y la fantasía.
La fantasía de la agresividad no es peligrosa en el niño. Sólo cuando el sujeto es incapaz de distinguir entre realidad y fantasía, es decir, cuando sufre algún trastorno psicótico, la agresividad se transforma en un problema.
En definitiva Storr propone en su libro que el niño debe ser educado para comprender y canalizar su agresividad y no para que la niegue o la reprima totalmente cosa que, por otro lado, es imposible ya que aflorará de alguna manera más dolorosa.
En las democracias occidentales el fenómeno de la violencia se ha transformado en un tabú, como fue un tabú el sexo durante siglos. La agresividad no es mala en sí misma, lo mismo que el sexo, pero una obsesión en la agresividad o una represión frustrante de ella acarrea problemas de violencia contra el mundo o de autoviolencia. Urge, por lo tanto, un tratamiento comprensivo y profundo del fenómeno de la agresividad en el desarrollo del niño.


Sé feliz

lunes, noviembre 27, 2006

...al hilo del Tao Te King

Quien busca la consideración
es frágil ante la desconsideración,
quien busca el desafecto
es desarmado con el afecto.

Así el sabio es como el Sol:
da sin pedir nada a cambio,
y toma sin agradecimiento.

¿Quién no ha dicho en invierno
"ojalá el Sol brillase entre las nubes"
y en verano
"sus rayos intensos me sofocan"?


Sé feliz

jueves, noviembre 23, 2006

Señor Aa el antifilósofo nos envía este manifiesto

¡Vivan los sepultureros de la combinación!
Todo acto es un disparo de revólver cerebral -el gesto insignificante o el movimiento decisivo son ataques (abro el abanico de nocauts para la destilación del aire que nos separa)- y con las palabras depositadas en el papel entro, solemnemente, hacia mí mismo.
En la cabellera de las nociones planto mis 60 dedos y sacudo brutalmente colgaduras, los dientes, los cerrojos de las articulaciones.
Cierro, abro, escupo. ¡Atención! Ahora es el momento de decirles que mentí. Si hay un sistema en la falta de sistema -el de mis proporciones-, yo nunca lo aplico.
Es decir que miento. Miento aplicándolo, miento no aplicándolo, miento cuando escribo que miento pues no miento -pues he vivido el espejo de mi padre- escogido entre los atractivos del baccarat -de ciudad en ciudad- pues yo mismo nunca he sido yo mismo -pues el saxofón lleva como rosa el asesinato del chófer visceral- es de cobre sexual y hojas de carreras. Así tamborileaba el maíz, la alarma y la pelagra en donde crecen las cerillas.
Exterminación. Sí naturalmente.
Pero no existe. Yo: mezcla cocina teatro. ¡Que vivan los camilleros con convocaciones de éxtasis!
La mentira es éxtasis -aquello que rebasa la duración de un segundo- no hay nada que no lo rebase.
Los idiotas empollan el siglo -vuelven a empezar algunos siglos después- los idiotas permanecen en el círculo durante diez años -los idiotas se balancean en el cuadrante de un año- yo (idiota) me quedo ahí cinco minutos.
La pretensión de la sangre de esparcirse en mi cuerpo y mi acontecimiento el azar de color de la primera mujer que toqué con mis ojos en esos tiempos tentaculares. El más amargo bandolerismo es acabar su frase pensada. Bandolerismo de gramófono, pequeño espejismo antihumano que amo en mí mismo -porque lo creo ridículo y deshonesto. Pero los banqueros de la lengua siempre recibirán su pequeño porcentaje de la discusión. La presencia de un boxeador (por lo menos) es indispensable para el encuentro -los afiliados de una banda de asesinos dadaístas han firmado el contrato de self-protección para las operaciones de ese género. Su número era muy reducido -la presencia de un cantante (por lo menos) para el dúo, de un firmante (por lo menos) para el recibo, de un ojo (por lo menos) para la vista-, siendo absolutamente indispensable.
Pongan la placa fotográfica del rostro en baño de ácido.
Las conmociones que la sensibilizaron se volverán visibles y les sorprenderán.
Dénse a sí mismos un puñetazo en la cara y caigan muertos.


Extraido de: Tristan Tzara; Siete manifiestos dada; Tusquets Editores

lunes, noviembre 20, 2006

La génesis de los sentimientos morales

En este trabajo analizaré las diferentes teorías de tres autores, Piaget, Köhlberg y Rawls, sobre cómo se generan los sentimientos morales en los niños. Aunque ocasionalmente se encuentra la exposición de estas teorías como si fuesen antagónicas, en este trabajo, subrayaré los puntos en común antes que los puntos divergentes de las tres perspectivas.

Los siguientes textos no son de mi autoría; mi trabajo ha consistido en buscar información diversa y estructurarla ordenadamente. Las páginas web de donde he obtenido los textos son las siguientes:

http://www.xtec.es/~lvallmaj/passeig/kohlber2.htm

http://www.xtec.es/~lvallmaj/passeig/dilema2.htm

La heteronomía y autonomía moral según Piaget:

Según Piaget, en la génesis y desarrollo de los juicios morales existen dos fases claramente definidas, y supone una tercera, más difusa, que sirve de transición entre ambas:

1ª) Fase heterónoma, que se caracteriza por lo que él llama "realismo moral", esto es, por la influencia o presión que ejercen los adultos sobre el niño. En esta fase, las reglas son coercitivas e inviolables; son respetadas literal y unilateralmente por cuanto el niño aún no se diferencia del mundo social que le rodea, de manera que es una fase "egocéntrica". Por otra parte, la justicia se identifica con la sanción más severa. Esta fase estaría comprendida entre los cuatro y los ocho años.

2ª) Fase de transición, en la que se da la interiorización de las normas igual que en la segunda fase, si bien la universalización se hace aún de forma incorrecta y la justicia es más igualitarista (todos iguales, sin distinción) que equitativa.

3ª) Fase autónoma, en la que las reglas surgen de la cooperación entre iguales, y el respeto y consentimiento mutuos. Las reglas se interiorizan y se generalizan hasta alcanzar la noción de justicia equitativa -no igualitarista- que implica el reparto racional en función de las situaciones. Esta fase abarcaría desde los nueve hasta los doce años.

A la vista de todos estos datos se pueden establecer las siguientes conclusiones:

· Existe un paralelismo -que Piaget nunca llegó a determinar claramente- entre la evolución intelectual y el desarrollo moral del niño.

· La madurez mental y física del niño es tan importante como los procesos sociales e indispensable para su madurez moral.

· Las relaciones basadas en la autoridad únicamente producen heteronomía moral, mientras que las basadas en la cooperación conducen progresivamente a la autonomía.


Las etapas del desarrollo moral según Köhlberg

Köhlberg, conocedor de los trabajos de Piaget, encontraba insuficiente la división del desarrollo moral en dos grandes estadios, con un tercero de puente entre ellos. Köhlberg intentó conocer el desarrollo moral “ midiendo” el alcance de los juicios morales. Por ejemplo, “ahora, me chivo”, “el que la hace la paga” o “no es justo lo que me has hecho”, son expresiones que denotan cada una un cierto tipo de juicio moral: “es bueno recurrir a la autoridad”, “es bueno devolver el daño” o “ es bueno lo que es justo”, respectivamente.

Köhlberg llega a la conclusión de que si bien las normas morales o los valores de una cultura pueden ser diferentes de los de otra, los razonamientos que los fundamentan siguen estructuras o pautas parecidos. Todas las personas seguimos —defiende— unos esquemas universales de razonamiento y, vinculados a la propia psicológica, evolucionamos de esquemas más infantiles y egocéntricos a esquemas más maduros y altruistas.

Los resultados de las investigaciones de Köhlberg se condensan en seis etapas del desarrollo del juicio moral, encuadradas dentro de tres niveles (Preconvencional, Convencional y Postconvencional) que veremos a continuación.

A) Nivel Preconvencional

El nivel Preconvencional es un nivel en el cual las normas son una realidad externa que se respetan sólo atendiendo las consecuencias (premio, castigo) o el poder de quienes las establecen. No se ha entendido, aún, que las normas sociales son convenciones por un buen funcionamiento de la sociedad. Este nivel integra a los dos siguientes estadios.

Estadio 1. Obediencia y miedo al castigo:

El estadio en el cual se respetan las normas por obediencia y por miedo al castigo. No hay autonomía sino heteronomía: agentes externos determinan qué hay que hacer y qué no. Es el estadio propio de la infancia, pero hay adultos que siguen toda su vida en este estadio: así el delincuente que sólo el miedo le frena.

Las razones para hacer lo justo son evitar el castigo y el poder superior de las autoridades.


Estadio 2. Favorecer los propios intereses

El estadio en el cual se asumen las normas si favorecen los propios intereses. El individuo tiene por objetivo hacer aquello que satisface sus intereses, considerando correcto que los otros también persigan los suyos. Las normas son como las reglas de los juegos: se cumplen por egoísmo. Se entiende que si uno no las cumple, no le dejarán jugar. Es un estadio propio del niño y de las personas adultas que afirman: «te respeto si me respetas», «haz lo que quieras mientras no me molestes».

La razón para hacer lo justo es satisfacer las necesidades e intereses propios de un mundo en el que hay que reconocer que los demás también tienen sus intereses.

B) Nivel Convencional

En este nivel, las personas viven identificadas con el grupo; se quiere responder favorablemente en les expectativas que los otros tienen de nosotros. Se identifica como bueno o malo aquello que la sociedad así lo considera. Este nivel integra el estadio 3 y el estadio 4.

Estadio 3. Expectativas interpersonales

En este estadio las expectativas de los que nos rodean ocupan el puesto del miedo al castigo y de los propios intereses. Nos mueve el deseo de agradar, de ser aceptados y queridos. Hacer lo correcto significa cumplir las expectativas de les personas próximas a un mismo. Es un estadio que se da en la adolescencia pero son muchos los adultos que se quedan en él. Son gente que quieren hacerse amar, pero que se dejan llevar por las otras: los valores del grupo, las modas, lo que dicen los medios de comunicación.

Las razones para hacer lo justo son que se necesita ser bueno a los ojos propios y a los de los demás.

Estadio 4. Normas sociales establecidas

Es el estadio en el cual el individuo es leal con las instituciones sociales vigentes; para él, hacer lo correcto es cumplir las normas socialmente establecidas para proporcionar un bien común. Aquí comienza la autonomía moral: se cumplen las normas por responsabilidad. Se tiene conciencia de los intereses generales de la sociedad y éstos despiertan un compromiso personal. Constituye la edad adulta de la moral y se suele llegar bien superada la adolescencia. Kohlberg considera que éste es el estadio en el cual se encuentra la mayoría poblacional.

Las razones para hacer lo justo son mantener el funcionamiento de las instituciones en su conjunto, el autorrespeto o la conciencia al cumplir las obligaciones que uno mismo ha admitido o las consecuencias: "¿Qué sucedería si todos lo hicieran?".

C) Nivel Postconvencional

Es el nivel de comprensión y aceptación de los principios morales generales que inspiran las normas: los principios racionalmente escogidos pesan más que las normas. Le componen el estadio 5 y el estadio 6.

Estadio 5: Derechos prioritarios y contrato social

Es el estadio de la apertura al mundo. Se reconoce que además de la propia familia, grupo y país, todos los seres humanos tienen el derecho a la vida y a la libertad, derechos que están por encima de todas las instituciones sociales o convenciones. La apertura al mundo lleva, en segundo lugar, a reconocer la relatividad de normas y valores, pero se asume que las leyes legítimas son sólo aquéllas obtenidas por consenso o contrato social. Ahora bien, si una norma va contra la vida o la libertad, se impone la obligación moral de no aceptarla y de enfrentarse a ella.

Las razones para hacer lo justo, en general, son sentirse obligado a obedecer la ley porque uno ha establecido un pacto social para hacer y cumplir las leyes, por el bien de todos y también para proteger los derechos propios, así como los derechos de los demás. La familia, la amistad, la confianza y las obligaciones laborales son también obligaciones y contratos que se han aceptado libremente y que suponen respeto por los derechos de los demás. Uno está interesado en que las leyes y los deberes se basen en el cálculo racional de la utilidad general: "la máxima felicidad para el mayor número".

Estadio 6: Principios éticos universales

Se toma conciencia que hay principios éticos universales que se han de seguir y tienen prioridad sobre las obligaciones legales e institucionales convencionales. Se obra con arreglo a estos principios porque, como ser racional, se ha captado la validez y se siente comprometido a seguirlos. En este estadio impera la regla de oro de la moralidad: "hacer al otro lo que quiero para mí". Y se tiene el coraje de enfrentarse a las leyes que atentan a los principios éticos universales como el de la dignidad humana o el de la igualdad.

La razón para hacer lo justo es que, en la condición de persona racional, uno ve la validez de los principios y se compromete con ellos.

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Todas estas etapas están vinculadas a cambios de edad, son universales, irreversibles y constituyen una "secuencia lógica" y "jerárquica". Sin embargo, aunque se dan en todos los niños y jóvenes, difícilmente se encuentran "tipos puros", de manera que es más correcto referirse a la "etapa dominante".

Las conclusiones que Köhlberg deriva de sus trabajos son:

· La maduración moral depende de la interacción del desarrollo lógico y el entorno social.

· Cada etapa muestra un progreso con respecto a la anterior: desde el sometimiento a la autoridad externa de la primera hasta los principios universales de las dos últimas.

· Son los sujetos los que "construyen", en cada etapa más personal y autónomamente, el alcance de sus juicios morales.

· Si un sujeto madura físicamente sin sobrepasar las dos primeras etapas, permanece en ellas y se configura como un "tipo puro".

· Los sujetos que alcanzan las tres últimas no se configuran como "tipos puros" hasta alrededor de los veinticinco años.


Rawls: las etapas del desarrollo del sentimiento de justicia

Según Rawls, la moralidad se desarrolla en tres etapas, que son: moralidad de la autoridad, moralidad de la asociación y moralidad de los principios.

La moralidad de la autoridad es la moralidad del niño. Según Rawls el sentido de la justicia es adquirido gradualmente por los miembros más jóvenes de la sociedad a medida que se desarrollan.

Es característico de la situación del niño que no esté en condiciones de estimar la validez de los preceptos y mandamientos que le señalan quienes ejercen la autoridad: en este caso sus padres. No sabe ni comprende sobre qué base puede rechazar su dirección. En realidad, el niño carece por completo de justificación. Por tanto, no puede dudar razonablemente de la conveniencia de los mandamientos paternos.

Las acciones de los niños están motivadas, inicialmente, por ciertos instintos y deseos, y sus objetivos están regulados por un propio interés racional. Aunque el niño tiene la capacidad de amar, su amor a los padres es un nuevo deseo que surge de su reconocimiento del evidente amor que ellos le tienen y de los beneficios que para él se siguen de las acciones con que sus padres le expresan su amor. Cuando el amor de los padres al niño es reconocido por él sobre la base de las evidentes intuiciones paternas, el niño adquiere una seguridad en su propio valor como persona. Se hace consciente de que es apreciado, en virtud de sí mismo, por los que para él son las personas imponentes y poderosas de su mundo.

Con el tiempo, el niño llega a confiar en sus padres y a sentirse seguro en su ambiente; y esto le conduce a lanzarse y a poner a prueba sus facultades, que van madurando, aunque apoyado siempre por el afecto y el estímulo de sus padres. Gradualmente, adquiere varias aptitudes, y desarrolla un sentido de competencia que afirma su autoestimación. Es en el curso de todo este proceso cuando se desarrolla el afecto del niño a sus padres. Los relaciona con el éxito y con el goce que ha sentido al afianzar su mundo, y con el sentimiento de su propio valor. Y esto origina su amor por ellos.

El niño no tiene sus propias normas éticas, porque no está en condiciones de rechazar preceptos sobre bases racionales. Si ama y confía en sus padres, tenderá a aceptar sus mandatos. También se esforzará por quererles, admitiendo que son, ciertamente, dignos de estima, y se adherirá a los preceptos que ellos le dictan. Se supone que ellos constituyen ejemplos de conocimientos y poder superiores, y se les considera como prototipos a los que se apela para determinar lo que se debe hacer. El niño, por tanto, acepta el juicio que ellos tienen de él y se sentirá inclinado a juzgarse a sí mismo como ellos le juzguen cuando infringe sus mandamientos. Si quiere a sus padres y confía en ellos, entonces, una vez que ha caído en la tentación, está dispuesto a confesar sus transgresiones y procurará reconciliarse. En estas diversas inclinaciones se manifiestan los sentimientos de culpa. Sin estas inclinaciones y otras afines, los sentimientos de culpa no existirían.

Las condiciones que favorecen el aprendizaje de la moralidad por parte del niño son dos:

1. Los padres deben amar al niño y ser objetos dignos de su admiración. De este modo, despiertan en él un sentimiento de su propio valor y el deseo de convertirse en la misma clase de persona que ellos.

2. Deben enunciar reglas claras e inteligibles (y, naturalmente, justificables), adaptadas al nivel de comprensión del niño. Además, deberán exponer las razones de tales reglas en la medida en que éstas puedan ser comprendidas, y deben cumplir asimismo estos preceptos en cuanto les sean aplicables a ellos también. Los padres deben constituir ejemplos de la moralidad que ellos prescriben, y poner de manifiesto sus principios subyacentes a medida que pasa el tiempo. El niño tendrá una moralidad de la autoridad, cuando esté dispuesto, sin la perspectiva de la recompensa o el castigo, a seguir determinados preceptos que no sólo puede parecerle altamente arbitrarios, sino que en modo alguno se corresponden con inclinaciones originales. Si adquiere el deseo de cumplir estas prohibiciones, es porque ve que le son prescritas por personas poderosas que tienen su amor y confianza, y que también se conducen de acuerdo con ellas. Entonces, concluye que tales prohibiciones expresan formas de acción que caracterizan la clase de persona que él desearía ser.

La segunda fase en el desarrollo de la moralidad del individuo es la moralidad de la asociación. El contenido de ésta viene dado por las normas morales apropiadas a la función del individuo en las diversas asociaciones a que pertenece. Estas normas incluyen las reglas de moralidad de sentido común, juntamente con los ajustes necesarios para insertarlos en la posición particular de una persona; y le son inculcadas por la aprobación y por la desaprobación de las personas dotadas de autoridad, o por los otros miembros del grupo.

La moralidad de la asociación incluye un gran número de ideales, definido cada uno de ellos en la forma adecuada a los respectivos status o funciones. Cada ideal particular se explica, probablemente, en el contexto de los objetivos y propósitos de la asociación a la que pertenece la función o la posición de que se trate. En su momento, una persona elabora una concepción de todo el sistema de cooperación que define la asociación y las metas a que tiende. Sabe que los otros tienen que hacer cosas diferentes, según el lugar que ocupen en el esquema cooperativo. Así, con el tiempo, aprende a adoptar el punto de vista de los otros, y a ver las cosas desde su perspectiva. Parece, pues, admisible que la adquisición de una moralidad de la asociación (representada por determinadas estructuras de ideales) dependa del desarrollo de las capacidades intelectuales requeridas para considerar las cosas desde una variedad de puntos de vista y para interpretarlas, al propio tiempo, como aspectos de un sistema de cooperación.

¿Cómo se llegan a adquirir deseos de cooperación? Una vez comprobada la capacidad de una persona de sentir simpatía hacia otros, puesto que ha adquirido afectos, mientras sus compañeros tienen el evidente propósito de cumplir sus deberes y obligaciones, él desarrolla sentimientos amistosos hacia ellos, juntamente con sentimientos de lealtad y confianza. Así pues, si los que se hallan comprometidos en un sistema de cooperación social actúan de un modo regular, con el evidente propósito de mantener sus justas normas, entre ellos tienden a desarrollarse lazos de amistad y confianza mutua, lo que les une al esquema cada vez más. Una vez establecidos estos lazos, una persona tiende a desarrollar sentimientos de culpa cuando no consigue realizar su función, sentimientos que se manifiestan en una inclinación a compensar los daños causados, en una voluntad de admitir que nuestra conducta ha sido injusta (errónea) y a disculparnos por ello, o en el reconocimiento de que el castigo y la censura son injustos.

Y así llegamos a la fase de la moralidad de los principios. La moralidad de la asociación conduce, de un modo enteramente natural, a un conocimiento de las normas de la justicia. Una vez que las actitudes de amor y confianza, y de sentimientos amistosos y de mutua fidelidad, han sido generadas de acuerdo a las dos etapas precedentes, entonces el reconocimiento de que nosotros y aquellos a quienes estimamos somos los beneficiarios de una institución justa, establecida y duradera, tiende a engendrar en nosotros el correspondiente sentimiento de justicia. Desarrollamos un deseo de aplicar y de actuar según los principios de la justicia, una vez que comprobamos que los ordenamientos sociales que responden a ellos han favorecido nuestro bien y el de aquellos con quienes estamos afiliados. Con el tiempo llegamos a apreciar el ideal de la cooperación humana justa.

Este sentimiento de justicia se manifiesta de dos formas:

1. Nos induce a aceptar las instituciones justas que se acomodan a nosotros, y de las que nosotros y nuestros compañeros hemos obtenido beneficios. Necesitamos llevar a cabo la parte que nos corresponde para mantener aquellos ordenamientos y tendemos a sentirnos culpables cuando no cumplimos nuestros deberes y obligaciones.

2. Un sentimiento de justicia da origen a una voluntad de trabajar en favor de la implantación de instituciones justas y en favor de la reforma de las existentes cuando la justicia lo requiera.




Sé feliz

jueves, noviembre 16, 2006

Cuento taoísta apócrifo

Un renombrado erudito con fama de perspicaz paró al pie del camino en una posada. Al observar unas huellas en la nieve reflexionó así ante el posadero:

“He aquí las huellas de un hombre profundo y valeroso; están en medio del camino y avanzan con rectitud, la hondura de sus huellas denotan el peso de su ciencia y su dignidad. A su lado veo las huellas de los discípulos que le siguen; todos le rodean mientras anda y escuchan sus palabras, no hay tanta hondura en sus huellas pero si perseveran con este maestro alcanzarán el conocimiento. Allí, por último, y al borde del camino, apenas se distinguen las huellas erráticas de un niño, un sólo soplo de aire las ocultará.”

Al escuchar estas palabras el posadero riendo dijo:

“Señor, a pesar de su error tras sus palabras se oculta una honda verdad. Las huellas más profundas son las de un reo condenado, el peso de sus grillos hacen profundas sus huellas y firmes sus pasos; las huellas que están a su alrededor son las de los guardianes que lo escoltaban hacia su prisión, guardianes y preso seguían, en verdad, un mismo camino. Las huellas más leves no son las de un niño sino las de un sabio que sin ningún peso erraba por este camino sonriendo y casi desnudo"

Sé feliz

lunes, noviembre 13, 2006

Taoísmo y confucianismo

Quizá el auge del confucianismo en China y su oposición al taoísmo es la mejor carta de credibilidad para el Tao Te Ching: de alguna manera, si este libro propone una vía yin o femenina para el «éxito» está sembrando el camino para que también surja una opción yang, más directa y agresiva. Pero la oposición entre ambas escuelas, que constituyen dos filones constantes para comprender la cultura viva más antigua del planeta, no es total, al contrario de lo que pudiera pensarse. Se diría más bien que es como si una fuera el complemento de la otra. Por usar los términos chinos, al taoísmo le correspondería el aspecto yin y al confucianismo el aspecto yang del todo único que es la concepción china de la vida y el mundo.
En el campo social podría decirse que si el confucianismo es la filosofía de los que han «triunfado» o esperan triunfar, el taoísmo es la de quienes han fracasado o han conocido la amargura y la vacuidad del éxito. Si se quiere concretar en tipos humanos, el producto del confucianismo sólo podía ser el funcionario consagrado a su trabajo, un profesional plenamente integrado en el medio social. Fruto del taoísmo sería, por el contrario, el individuo soñador e inconformista, el vagabundo tan amigo de la naturaleza y de la bruma como de la embriaguez lírica. Y si ambas escuelas de pensamiento forman el árbol único del saber chino, por la misma razón los dos tipos humanos pueden convivir en una misma persona. El funcionario confuciano —y su equivalente moderno, el occidental que vive volcado en su trabajo—, cumplidos sus deberes oficiales puede dedicarse a la meditación taoísta, a prácticas de control de la respiración, a ejercicios sexuales que incrementen su nivel de conciencia o a buscar en el vino no la simple embriaguez, sino la elevación mística. Por algo en China se dice que el hombre perfecto es «confuciano de día, taoísta de noche».
En su vertiente más mundana, el taoísmo se entendió como una ideología permisiva de lo «privado», contrapuesto a lo «público», regulado por rígidos principios confucianos. El ideal de encontrar la llamada «vía de en medio» entre ambas es la base de lo que suele definirse como sabiduría china.
Ahora bien, si un aire fresco aporta desde su lejano nacimiento el Tao Te Chíng a la humanidad es su apuesta, bella y profunda, por la vía yin. Quienes buscan la salvación del individuo antes que la del grupo, quienes, por uno u otro motivo, han perdido comba en la sociedad o han visto rota su ambición, tienen en el Tao Te Ching una ayuda inestimable para seguir viviendo. Filosofía para perdedores, se ha dicho en más de una ocasión con desprecio. Filosofía para quienes saben que nada es permanente —empezando por el triunfo y la derrota— y aspiran a entrever la unidad tras el velo de sus engañosos flujos.

Extraido de: JOSAN RUIZ TERRÉS en Introducción a “EL LIBRO DEL TAO” RBA Editores

lunes, noviembre 06, 2006

El velo ¿islámico?

“Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se hubiese rapado. Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra. Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios; pero la mujer es gloria del varón. Porque el varón no procede de la mujer, sino la mujer del varón, y tampoco el varón fue creado por causa de la mujer, sino la mujer por causa del varón. Por lo cual la mujer debe tener señal de autoridad sobre su cabeza, por causa de los ángeles”.

Mucha gente se pregunta el sentido del velo islámico. ¡He aquí! El velo, indica la sumisión de la mujer no sólo a Dios sino también al varón... Su estatus ontológico es inferior al del hombre y esa inferioridad en su propio ser es necesario que quede plasmada en su vestimenta. Esa plasmación es el velo sobre su cabeza. Subrayo: “Porque el varón no debe cubrirse la cabeza, pues él es imagen y gloria de Dios, pero la mujer es gloria del varón”.

Pero ¿de dónde crees que he sacado esta cita? ¿Del Corán? No. Esta cita está sacada de un libro considerado revelado por los cristianos... y no es el Antiguo Testamento que quedo “derogado” con la venida del Cristo. Esta cita pertenece al Nuevo Testamento, 1 Corintios 11, 5-10. Pero ¿no eran los musulmanes los machistas que imponían el velo? ¿Te han contado esto en la escuela dominical? ¿Te han contado esto en los telediarios?

El fanatismo no está en la letra de unos libros está en los corazones que leen esos libros y en la fuerza que intenta imponer su particular interpretación de los mismos. Pretender una criminalización del Islam es tan absurda como hacer una beatificación de él, lo mismo es aplicable al cristianismo o ¿te sientes identificado con la Inquisición, las Cruzadas o con Su Santidad? Me gustan muchas partes del Corán y me gustan muchas partes de los Evangelios, hoy me quedo con una frase de estos últimos:

“¿Por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, déjame sacar la paja que está en tu ojo, no mirando tú la viga que está en el ojo tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja que está en el ojo de tu hermano. (Lc 6, 41-42)”

Pues eso.

Sé feliz

jueves, noviembre 02, 2006

Una juez de Santander sentencia que descargar música por Internet sin ánimo de lucro no es delito

Los ataques que sufre continuamente el derecho a la copia privada se insertan en una campaña que pretende criminalizar la libre distribución de información. Es la historia eterna del pez grande que se come al chico pero esta vez el pez chico no esta sólo, somos muchos pezqueñines que no estamos dispuestos a consentir que la industria y el lucro monopolicen el arte y la cultura. El arte, la cultura y el conocimiento es de todos; no voy a cobrarte un canon por leer mi blog ni siquiera porque reproduzcas lo que en él escribo. No es un crimen que lo hagas, más bien me siento contento de que lo hagas, de que valores mi trabajo y te aporte algo, como a mi me han aportado tanto tanto los trabajos de otros internautas. ¡¡BASTA YA DE CRIMINALIZAR EL INTERCAMBIO NO LUCRATIVO DE INFORMACIÓN!! ¿Llegará el día que los niños se presten los lapices y deban pagar un tanto por ciento a la SGAE u otros grupos organizados que pretenden defender sus intereses ilegítimos?


Aún hay esperanzas, lee esta noticia y sabrás porqué lo digo:

(esta noticia ha sido extraida de esta página de El Pais Digital)

Una juez de Santander sentencia que descargar música por Internet sin ánimo de lucro no es delito

La magistrada mantiene que considerar delito las descargas de música sin compensaciones "implicaría la criminalización de comportamientos socialmente admitidos y muy extendidos"

La juez de lo Penal número 3 de Santander, Paz Aldecoa, ha absuelto a un internauta -para quien se pedían dos años de cárcel por descargar y compartir música en Internet- por considerar que esa práctica no es delito, si no existe ánimo de lucro, y está amparada por el derecho de copia privada. La sentencia, que ya ha suscitado numerosos comentarios en foros de internet, entre ellos el de la Asociación de Internautas (www.internautas.org), mantiene que considerar delito las descargas de música sin ánimo de lucro "implicaría la criminalización de comportamientos socialmente admitidos y además muy extendidos en los que el fin no es en ningún caso el enriquecimiento ilícito, sino el ya reseñado de obtener copias para uso privado".

El internauta encausado en este juicio, J.M.L.H., de 48 años, fue procesado por descargarse de Internet álbumes musicales "a través de distintos sistemas de descarga de archivos", por obtener copias digitales de los discos que poseía y por ofrecerse a intercambiar su colección con otros internautas en chats y correos electrónicos.

Los hechos probados de la sentencia dejan claro que el acusado "ofrecía o cambiaba" su música "a otros usuarios de Internet en todo caso sin mediar precio", detalle en el que se basa la absolución. Por estas prácticas, se habían personado en su contra como acusaciones el Ministerio Fiscal, la Asociación Fonográfica y Videográfica Española (Afyve) y la Asociación Española de distribuidores y editores de software de entretenimiento (Adese).

El Ministerio Público solicitó que J.M.L.H. fuese condenado por un delito contra la propiedad intelectual a dos años de cárcel, 7.200 euros de multa y al pago de una indemnización de 18.361 euros a Afyve y de otra en la cantidad que se acreditase posteriormente a Adese y a Asociación de Distribuidores e Importadores Videográficos de Ambito Nacional (Adivan). Afyve suscribió la petición del fiscal y Adese solicitó un año y medio de multa y 6.000 euros de multa.

Sin contraprestaciones

La juez Paz Aldecoa, en una sentencia a la que ha tenido acceso EFE, responde a fiscal y las acusaciones particulares que para que exista el delito contra la propiedad intelectual es necesario que medie ánimo de lucro, una intención que no observa en el acusado. Ni mediaba precio ni aparecían otras contraprestaciones que la propia de compartir entre diversos usuarios el material del que disponían. Y, a juicio de la juez, ello entra en conexión con la posibilidad que el artículo 31 de la Ley de Propiedad Intelectual establece de obtener copias para uso privado sin autorización del autor; sin que se pueda entender concurrente ese ánimo de obtener un beneficio ilícito", argumenta la magistrada.

La juez Paz Aldecoa concluye su razonamiento asegurando que, sin ese ánimo de lucro, los hechos que se imputan a este internauta no constituyen "una infracción merecedora de sanción penal".