jueves, noviembre 30, 2006

La agresividad en el desarrollo infantil


En el post de hoy analizaremos la función que cumple la agresividad en el desarrollo infantil. Para este análisis nos serviremos de la reflexión que hace Anthony Storr en su libro La agresividad humana, capítulo V "La agresividad en el desarrollo infantil".
Para Storr el concepto de agresividad es considerado de una manera parcial; cuando hablamos de agresividad la consideramos como violencia pero esto no siempre es así. La violencia surge como una agresividad que se ve frustrada, en ocasiones violencia es sencillamente sinónimo de frustración manifestándose. La agresividad se presenta, generalmente, como el impulso que nos lleva a dominar el mundo circundante y en este sentido la agresión tiene un papel imprescindible en el desarrollo del niño. El bebé desde el instante en que es capaz de arrastrarse muestra un fuerte interés exploratorio, este interés tiene como meta el control y conocimiento del mundo que le rodea. Si el niño careciera de este impulso de dominio sobre el mundo exterior se convertiría en una isla en sí mismo sin interrelación con el mundo extrasubjetivo.
Storr reconoce que cuando este impulso se ve obstaculizado aparecen los sentimientos negativos que generalmente asociamos a la agresividad: angustia, rabia u odio. En este punto el autor admite que una obstaculización excesiva de este impulso exploratorio en la infancia puede desembocar en una represión y mala canalización de la agresividad. Al tiempo que constata esto, constata también que en las sociedades urbanas el niño se cría en un entorno artificial, por lo que la represión del impulso exploratorio debe ser mucho mayor que en un ambiente natural. En un piso, por ejemplo, hay cientos de peligros acechando al infante: enchufes, productos químicos tóxicos, terrazas etc. los padres, evidentemente, deben cuidar la actividad exploratoria de su hijo para que esta no le acarree un daño grave o incluso la muerte... Esto hace concluir a Storr que en las sociedades urbanas la cantidad de agresividad reprimida debe ser considerablemente alta.
Entendiendo el concepto que tiene Storr de la agresividad se comprenderá que para nuestro autor la agresividad sea la manifestación de un deseo natural de independencia. De aquí se concluye lógicamente que cuanto más dependa de una persona el niño, mayor será la agresividad latente que sienta contra esa persona. Depender de una persona significa estar en poder de ella y percibir la liberación de la voluntad de esa persona como meta del desarrollo lógico de la personalidad. Esta agresividad latente que genera la dependencia explica porque los estallidos de agresividad se producen, irónicamente, entre las personas que más se necesitan mutuamente (padres e hijos, parejas, amigos íntimos). En las relaciones afectivas profunda existe una mutua dependencia que si no es superada de distintas formas puede generar violencia latente que eventualmente se manifestará de modo explosivo. En todo caso, esta agresividad contra los padres o maestros del niño pequeño es natural e imprescindible para su normal desarrollo.
Al hilo de lo anterior podemos entender porque en la especie humana se encuentra esa inusual manifestación de violencia. Teniendo en cuenta que el desarrollo físico del hombre no queda completado hasta la edad de veinticinco años se entiende que en nuestra especie el periodo de dependencia de los niños es desproporcionalmente largo. Este periodo de dependencia genera, por fuerza, una mayor agresividad y deseo frustrado de escapar de la dependencia de nuestros congéneres. En esta tesitura ¿cómo debe ser la educación del niño? Storr no propone una solución fácil ni políticamente correcta: por un lado el niño necesita alguien sobre quien descargar sus impulsos agresivos y percibir la resistencia de una autoridad; por otro, necesita también tener la sensación de que puede superar esa dependencia, esa autoridad paulatinamente. Tanto el modelo del pater familias victoriano, como el padre condescendiente son negativos para el normal desarrollo del menor. Un padre demasiado agresivo sólo conseguirá generar un niño que manifieste su agresividad frustrada de manera exagerada o un niño completamente sumiso y dependiente. El padre permisivo, igualmente, generará un niño que al no poder manifestar su agresividad en el mundo externo la interiorice contra si mismo (autoreproches) o un niño con una personalidad desinhibida con respecto a su impulsos agresivos, el típico niño problema que al no habérsele impuesto unos límites para su agresividad manifiesta esta agresividad de manera desaforada.
Dada la necesidad de manifestar los impulsos agresivos en el mundo externo Storr no se opone a los juegos considerados violentos por los adultos o a los cuentos de hadas que nos pueden impresionar por su crudeza. El niño necesita plasmar su agresividad y jugar a que puede superar obstáculos que en el mundo real se le plantean como insuperables. La fantasía cumple un papel imprescindible en la canalización de los impulsos agresivos del niño y dice el autor que, no permitir esta liberación de los impulsos en el juego podría llevar aparejada la necesidad de expresar esos impulsos por otras vías menos afables que el juego y la fantasía.
La fantasía de la agresividad no es peligrosa en el niño. Sólo cuando el sujeto es incapaz de distinguir entre realidad y fantasía, es decir, cuando sufre algún trastorno psicótico, la agresividad se transforma en un problema.
En definitiva Storr propone en su libro que el niño debe ser educado para comprender y canalizar su agresividad y no para que la niegue o la reprima totalmente cosa que, por otro lado, es imposible ya que aflorará de alguna manera más dolorosa.
En las democracias occidentales el fenómeno de la violencia se ha transformado en un tabú, como fue un tabú el sexo durante siglos. La agresividad no es mala en sí misma, lo mismo que el sexo, pero una obsesión en la agresividad o una represión frustrante de ella acarrea problemas de violencia contra el mundo o de autoviolencia. Urge, por lo tanto, un tratamiento comprensivo y profundo del fenómeno de la agresividad en el desarrollo del niño.


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