martes, enero 29, 2008

Crimen y castigo


Me resultó chocante la relectura de "Crimen y Castigo" vista desde la perspectiva de mi primera lectura adolescente. No ha sido una decepción sino más bien una reubicación de esta obra en mi imaginario literario.

La trama me sigue pareciendo hechizante pero los sentimientos de los personajes me resultan tan histriónicos como los de los héroes homéricos que se arrancan los cabellos, asesinan a esclavas o se revuelcan en la inmundicia ante la muerte de sus amigos o familiares. Esto no es un ataque a la obra ¡cómo podría yo atacar al inmortal Homero! pero sí una percepción que me dificultó una lectura creíble de la obra. Lo que al leer a Homero me parece posible por la distancia cultural y temporal que me separa de él y el contexto en donde se desarrollan sus obras (guerras, naufragios, prodigios, etc.) en Dostoievski me resulta forzado y teatral. Quizás los lectores contemporáneos del escritor ruso tuviesen una afectividad tan extrema o quizás sea un recurso estilístico, como el actor de teatro que debe alzar la voz para que todo el público le oiga, o, ¿quién sabe?, en estos principios del XXI nuestra sensibilidad está ya tan embotada por la TV que nos resulta extraña cualquier muestra de afecto que se salgan de los límites de nuestra anormal normalidad; pero en fin, sea por la razón que sea, esta "psicología extrema" de los personajes de Dostoiesvski ha hecho que sus obras hayan envejecido muy mal desde mi adolescencia hasta ahora.

Lo que sí me resultó muy rico en reflexiones fue el problema central de la obra: el nihilismo. La primera lectura, una lectura superficial, podría hacer pensar que el problema del nihilismo está encarnado en Rodion Raskolnikov pero a mi juicio va más allá de este personaje. Ese nihilismo antivital que niega la vida en su radicalidad, que se niega a vivir y hace que existamos muriendo un poco más cada día, es el rasgo psicológico común de casi todos los personajes de la obra.


Rodion Raskolnikov representa al nihilismo intelectual del aburrimiento y del desprecio a la vida. Su crimen nace de este aburrimiento que convierte la existencia en algo extraño y alienante; la vida se convierte en un medio y no en un fin en si misma, de hay que el asesinato de la usurera sea visto por él como un medio para mostrar algo (su superioridad moral) o para conseguir algo (salir de la indigencia).


Marmeladov y su familia muestran esa otra negación de la vida que nace de la compasión entendida no como verdadera compasión sino más bien como pena o como lástima. Tanto la autocompasión morbosa en la que vive y muere Marmeladov como la compasión hacia los otros de su hija Sonia no son más que formas de sustraerle a la vida su sentido profundo; es la misma compasión que domestica nuestra alma con las anteojeras de la inacción o de la enfermiza fascinación por el sufrimiento.


Quizás Svidrigailov es el único en esta obra que parece intentar una redención del nihilismo buscando el amor de la hermana de Raskolnikov, Dúnechka, aún cuando el rechazo de ella le lleve a un fin trágico. Me seduce esta figura que aunque vive en el nihilismo de "la depravación y la holganza" (palabras de Rodion) al menos en los últimos momentos del libro parece elevarse de todo eso y descubrir un renovado valor de la vida, aunque este valor la adquiera, irónicamente, en su aniquilación.

Por último la hermana y madre de Rodion representan con su teatral comportamiento ese otro nihilismo que tan buena prensa tiene hoy día y ha tenido siempre: el nihilismo del deber. Ese nihilismo de las obligaciones que no cristalizan del amor sino del odio a la vida, esa forma socialmente aceptada de matar el alma con cadenas ajenas, con deberes mal entendidos y con cuentos de viejas. Cuan hermoso y distinto es el deber que nace del alma libre, que no pide remuneración y que no da sacrificios pues ¿quién puede considerar sacrificio darse a lo que se ama? ¡Qué lejos están estos personajes de este deber de alas, y cuan cerca de ese otro oscuro deber de cadenas!


No es sólo Rodion quien vive presa del nihilismo, de la falta de deseo por vivir, sino casi todos los personajes de esta obra tan famosa y sugerente a pesar de los defectos que he señalado. Si tuviera que elegir algún personaje me quedaría, sin duda, con esa sirvienta tan orgullosa y tan solícita, Natasia, que como una sombra protectora humilde y altiva aparece en toda la obra, una sombra que sí parece vivir, a pesar de todo, una vida digna de ser vivida...

Sé feliz