viernes, febrero 29, 2008

La construcción social del yo

En este trabajo vamos a exponer y analizar como se desarrolla el yo dentro de una entidad social. Subrayaremos en este trabajo la importancia de los vínculos sociales para la construcción efectiva del yo. Para realizar este trabajo nos basaremos principalmente en el artículo del sociólogo canadiense Erving Goffman "La vida íntima de una institución pública" recogido en su libro Internados: ensayo sobre la situación social de los enfermos mentales editado por Amorrortu en traducción de María Antonia Oyuela de Grant.

El individuo, como ser social que es, precisa de pertenecer a alguna institución social. Biológicamente está determinado siempre a pertenecer a una familia aún cuando la amplitud de la misma y los compromisos inherentes a su pertenencia tienen una abigarrada plasticidad cultural. Más allá de la familia están otras instituciones sociales de infinidad de tipos: instituciones políticas (aldea, país, partido...), laborales, informales, etc. La participación en cualquier entidad social implica para el individuo algún tipo de compromiso al tiempo que una lógica adhesión. Fruto de esta adhesión y compromiso la entidad social impone al individuo una concepción de sí mismo aún cuando también reconoce límites a esa imposición. Esta imposición es mayoritaria, cuando no únicamente, implícita y muy raramente explícita. Por ejemplo, el hecho de que una entidad social admita a un individuo en su seno implica que la susodicha entidad considera que ese sujeto es digno de tal pertenencia y se va a comportar según lo que se espera de él. Lo que se espera de él puede ser radicalmente distinto de una institución social a otra ya que en el ejemplo anterior la institución podría haber sido tanto la policía como un grupo de atracadores, entidades sociales que obviamente esperan de sus miembros actitudes diferentes.

¿Cómo se relaciona el individuo con esta imagen que el grupo social le presupone y finalmente le impone? Hay tres posibilidades extremas. El individuo puede ignorar completamente esa imagen presupuesta y desafiar el rechazo social que esta postura implica; puede, por otra parte, ser un cumplidor fiel de ese modelo tanto en su comportamiento exterior como en su íntimo autoconcepto; finalmente, puede despreciar esa imagen impuesta por la institución social en su autoconcepto aún cuando cumpla todas las obligaciones implícitas en esa imagen en sus actos externos. No obstante, en la vida real raramente un individuo adopta alguno de estos modelos unilateralmente sino que más bien se niega a aceptar completamente las implicaciones de su pertenencia social manifestando un puntual rechazo de palabra u obra a pesar de que cumpla las obligaciones más importantes.

Ya hemos mostrado que el individuo ofrece al grupo social su compromiso y su adhesión pero ¿qué le ofrece la entidad social al individuo? El grupo social ofrece al individuo bienestar de múltiples formas (salario, parte en el reparto, calor del hogar...) a la vez que provee al individuo de unos valores conjuntos entre él y la institución social; es decir, la institución social hace que algunos de los intereses del grupo coincidan con los del individuo. Pero además del bienestar y la creación de valores conjuntos la institución provee al individuo de incentivos especiales por su adhesión; estos incentivos pueden estar más formalizados (la antigüedad en el trabajo que implica un aumento salarial automático) o menos (el nombramiento como "empleado del mes") pero esa diferencia no es relevante. Lo realmente importante de la provisión de incentivos es que la institución social admite con ellos que el individuo puede tener, y de hecho generalmente tiene, intereses que vayan más allá de los del grupo social y que incluso entren en conflicto unos intereses y otros. Esta admisión es también la que permite que a la par que existen incentivos haya también castigos para los individuos más díscolos de la institución social.

En el momento en el que el individuo asuma cualquiera de las prerrogativas de la institución está admitiendo su adhesión a ella y su compromiso a cumplir con la imagen que sobre sí mismo le impone la institución. Por supuesto, no asumir estas prerrogativas implica un acto de alejamiento de la institución: no acudir a una cena familiar, no mostrar interés en el cumplimiento de los fines de la parroquia a la que se pertenece, no aceptar la oferta de afecto de la pareja, etc. implican actos que distancian al sujeto de la institución social a la que supuestamente pertenece.

"[...] si todo establecimiento social puede contemplarse como un centro del que sistemáticamente surgen ciertos conceptos implícitos sobre el yo, podemos llegar un poco más lejos, y concebirlo como un lugar donde los participantes enfrentan sistemáticamente estos conceptos implícitos. Faltar a las actividades prescritas, o realizarlas en formas, o con fines no prescritos, significa sustraerse al yo oficial, y al mundo que por disposición oficial era accesible para ese yo. Prescribir actividad es prescribir un mundo: eludir una prescripción puede ser eludir una identidad"
op. cit. p. 188

La disciplina en el actuar que el grupo intenta imponer al sujeto es mucho más que una forma de actuar, es una forma de ser uno mismo, de ahí la lucha del individuo contra esa imposición sobre su ser. Cuando el individuo colabora con la entidad social asumiendo el ser que ella intenta imponerle actuando de un modo predeterminado podemos decir que el sujeto realiza un ajuste primario. Cuando, al contrario, el individuo se opone a esta imposición sobre su ser se dice que realiza un ajuste secundario. Ser cumplidor y puntual en el trabajo serían ajustes primarios, escaquearse para salir a fumar o simular estar enfermo para no ir a la oficina serían, lógicamente, ajustes secundarios.

En un primer momento podría pensarse que los ajustes secundarios debilitan a la entidad social pero no necesariamente tiene que ser así. Debemos distinguir entre dos tipos de ajustes secundario: en primer lugar están los ajustes secundarios violentos, aquellos que buscan abandonar la institución social o alterar su estructura con mayor o menor radicalidad. Ejemplos de estos ajustes secundarios violentos podrían ser desde un ataque terrorista (que intenta romper o alterar la institución social de un Estado concreto) a la formalización de una petición de divorcio (que busca la ruptura de la institución del matrimonio). Por otro lado el ajuste reprimido, que es el segundo tipo de ajuste secundario que trata Goffman, se amolda externamente a las estructuras institucionales sin introducir ninguna presión para que la institución social cambie de rumbo. Este segundo tipo de ajuste secundario no sólo no pretende la destrucción de la entidad social sino que incluso puede apuntalarla ya que canaliza esfuerzos que de otro modo sí podrían ser destructivos para la institución. Esta es la razón por la que en muchas ocasiones los ajustes secundarios sean conocidos por la alta jerarquía de la institución social sin que la misma haga nada por suprimirlos: los ajustes secundarios quedan dentro del sistema social aún cuando sea en su periferia. Ejemplo de ajustes secundarios reprimidos pueden ser el absentismo escolar en los centros educativos de enseñanzas secundarias o las infidelidades dentro del matrimonio; en ambos ejemplos se ve que la finalidad evidente y última no es la destrucción de las instituciones sino saltarse reglas de las mismas para el propio provecho.

La frecuencia de los ajustes secundarios es mayor de lo que podemos imaginar, como dice el propio Goffman: "Donde quiera que se imponen mundos, se desarrollan submundos.".

El tema de los ajustes secundarios es especialmente interesante porque muestra hasta que punto el individuo se suele mostrar desafecto hacia la imagen que de sí mismo quiere imponerle la entidad social. Para mostrar esto Goffman habla de un tipo muy especial de ajuste que denomina "actividades de evasión". Gracias a la actividad de evasión el sujeto puede olvidarse de sí mismo y de cualquier consideración que el entorno social quiera imponerle; por unos instantes el individuo se recluye en un mundo en el que no tiene cabida las imposiciones de rol usuales. La religión, el trabajo alienante, las drogas, etc. son actividades de evasión típicas. Al ser un ajuste secundario reprimido la institución social suele ser permisiva con estas actividades de evasión, siempre que no traspasen ciertos límites e intensidad. La embriaguez social de "las grandes ocasiones" cumple este fin social: por un lado el individuo rompe con las ataduras sociales habituales (bromea, rompe las jerarquías, se disfraza, usa lenguaje equívoco, etc.); por otro, una vez acabada la actividad de evasión el sujeto vuelve a su vida cotidiana tal cual, cumpliendo con las obligaciones del rol. Las actividades de evasión suponen una liberación momentánea que, de facto, refuerza la cohesión social de la institución a la que el individuo puntualmente evadido pertenece.

Muchos sociólogos han confirmado que algunas prácticas de ajustes secundarios parecen ser valoradas antes por el simple hecho de que estén prohibidas que por los objetivos que mediante ellas mismas se alcanza, esto es la "sobredeterminación". Este fenómeno de rebelarse por rebelarse parece tener como finalidad mostrar que el hombre que lo realiza le queda alguna porción de personalidad e independencia inmunes a las imposiciones de la organización. De aquí se sigue otro hecho sociológico interesante y es que por regla general e muchas instituciones el cumplimiento de los roles sociales se produce a la par que ciertas actitudes de insubordinación ritual; esta insubordinación ritual tiene como fin, de nuevo, mostrar cierta independencia respecto al rol que la institución le endosa al individuo. Esta insubordinación ritual en ocasiones hace uso de la ironía y no traspasa la frontera que acarrearía la sanción. La lentitud al obedecer una orden, una excesiva e histriónica muestra de arrepentimiento ante una reprimenda, gestos miméticos sincronizados, mascullar o rezongar entre dientes son formas de esta desobediencia de baja intensidad.

Como conclusión podemos decir que es norma general que en toda institución social el individuo reserve algo de sí mismo fuera del alcance de la institución, un espacio de intimidad que mantenga una distancia entre él y las imposiciones del rol. El individuo parece definirse sociológicamente dentro de la entidad social como una realidad intermedia entre la identificación con el todo social y el rechazo absoluto. La identidad del sujeto surge sólo en un entorno social pero también contra ese mismo entorno social.

"Sin algo a que pertenecer, el yo carece de estabilidad. Por otro lado, el compromiso total y la total adhesión a cualquier unidad social, suponen la anulación relativa del yo. La conciencia de ser persona, proviene tal vez de la unidad mayor en la que estamos inmersos; la conciencia del yo, quizá vaya esbozándose a través de las resistencias minúsculas que oponemos a la poderosa atracción de esa entidad. Si nuestro status se apoya en las más sólidas construcciones del mundo, el sentido de nuestra identidad personal suele, por el contrario, radicarse en sus grietas."
op. cit. p. 316

Ama y vive

lunes, febrero 25, 2008

La posibilidad de filosofar

Leyendo el libro de Pierre Hadot "¿Qué es la filosofía antigua?" me he encontrado un texto que no puedo dejar de compartir con los lectores de este blog. En ocasiones olvidamos lo que significa la filosofía, la encuadramos con tristes parámetros como una disciplina o forma de conocimiento... pero no, la filosofía es ante todo una voluntad, la voluntad de vivir esta vida cruel y amarga, dulce y tierna de la manera más honrada posible, simplemente. Sócrates dio su vida por esa estúpida voluntad, ese deseo tan insensato y, como decía Calicles, tan de adolescente, tan poco de "personas mayores", por ese deseo, decía, de vivir lo mejor posible... pero "lo mejor" de verdad más allá de pleitesías cobardes, miedos sensatos, soberbias vacías y orgullos de hojalata. Dio su vida por ese loco deseo de llegar a ser lo que uno es... ¿qué estaremos dispuestos a dar nosotros?

"La mayoría imagina que la filosofía consiste en discutir desde lo alto de una cátedra y profesar cursos sobre textos. Pero lo que no llega a comprender esa gente es la filosofía ininterrumpida que vemos ejercer cada día de manera perfectamente igual a sí misma [...] Sócrates no hacía disponer gradas para los auditores, no se sentaba en una cátedra profesoral, no tenía horario fijo para discutir o pasearse con sus discípulos. Pero a veces, bromeando con ellos o bebiendo o yendo a la guerra o al Ágora con ellos, y por último yendo a la prisión y bebiendo el veneno, filosofó. Fue el primero en mostrar que, en todo tiempo y en todo lugar, en todo lo que nos sucede y en todo lo que hacemos, la vida cotidiana da la posibilidad de filosofar"

Plutarco; Si la filosofía es asunto de ancianos; citado por Hadot en la obra ¿Qué es la filosofía antigua? edición de FCE-España 1998 p.51

Sé feliz

viernes, febrero 22, 2008

Educación, profesores e irresponsabilidad


[pincha en la foto si no la ves]

Hoy he tenido por fin la suerte de leer un artículo juicioso sobre las causas del bajo nivel educativo de los chicos españoles (link); desde hacía mucho tiempo no había leído algo tan lúcido sobre la educación.


El informe PISA muestra, partamos de esto, ciertas carencias profundas de conocimientos en los alumnos españoles ¿quién es el responsable? Obviamente los profesores en gran medida. Admito que existen alumnos asilvestrados pero quien diga que son la mayoría o mienten o prefieren vivir en el plácido mundo de la irresponsabilidad; admito que existen padres irresponsables, despreocupados e incluso agresivos pero si un profesor dice que son la mayoría miente o se engaña para no asumir el deber que le corresponde.


Todos conocemos de nuestra etapa de estudiantes profesores irresponsables, alcohólicos, salidos, poco profesionales o bordes pero ¿fueron la mayoría? Afortunadamente no pero, entonces, ¿porqué hacemos esa generalización con los alumnos y padres? Para no asumir la parte que nos corresponde como educadores, para echar balones fuera, para hacer cuentas de cuanto queda para nuestra jubilación sin que nos importe un bledo que el nivel educativo sea pésimo. Pero si el nivel educativo es tan bajo repito ¿de quién es la responsabilidad? ¿de los TeleTubbies, el señor Sistema, de mi vecino del quinto? ¿no serán de aquellas personas que reciben un sueldo como profesores, como educadores? No sé, lo lanzo sólo como hipótesis.


Claro, claro que los padres tienen responsabilidad, claro que hay padres imbéciles, tantos quizás como profesores estúpidos menos, seguro, que profesores indolentes, pero no son legión. Digan lo que digan los rancios de ayer y hoy (link), no son legión, ni siquiera mayoría. Afortunadamente.


Un mentecato hace más ruido que cien sensatos; por favor no tengamos sólo oídos para la estupidez, no tengamos ojos sólo para buscar escusas. Cumplamos con nuestro deber que es uno de los más nobles que se le puede encomendar a un hombre: luchar por el triunfo de la inteligencia sobre la barbarie, luchar por la victoria de la libertad sobre la ignorancia. El aula es la trinchera. Absténganse cobardes.


Salud

Fuentes: [menéame 1] (recomiendo la lectura del debate en la noticia)

[menéame 2] (misma recomendación)


jueves, febrero 21, 2008

Sobre los misterios egipcios

Desde Octubre del año pasado tengo en mi biblioteca “Sobre los misterios egipcios” del neoplatónico Jámblico pero no ha sido sino hasta principios de esta semana que me he animado a leerlo.


Mi primer contacto con el libro no fue grato, me encontraba en un universo tan distinto al que estoy acostumbrado que he de reconocer que me sentía desconcertadamente aburrido por lo que leía. Paulatinamente la lectura me fue revelando un mundo extraño pero no totalmente incomprensible, y muy pronto lo que Jámblico exponía me sedujo con el sabor de lo extraordinario.


En “Sobre los misterios egipcios” Jámblico responde una carta supuesta de un amigo que le interroga escépticamente sobre la naturaleza de los ritos, los oráculos, las visiones, etc. Lo sorprendente del libro en sí no es la racionalización que hace Jámblico de la religión pagana o de las predicciones sobre el futuro, lo sorprendente es el mundo de experiencias “anómalas” que recoge con la ingenuidad de quien narra una excursión al campo: visiones de dioses, de demones, de almas, predicciones oraculares, etc. No parece la figura de este filósofo neoplatónico la de un charlatán o un crédulo supersticioso, en su obra, sin embargo, no narra historias de segunda mano sino hechos de los que, evidentemente, es un conocedor directo. ¿Cómo conseguían esas visiones? Parece que en el oriente del Imperio Romano de la antigüedad tardía ciertas escuelas filosóficas fueron más allá de lo especulativo e idearon técnicas de éxtasis que les permitía el acceso a la realidad divina y demónica ¿cuáles fueron esas técnicas? Algunos sostienen que el ayuno, la recitación repetitiva o el consumo de sustancias enteógenas propiciaban estas visiones, en todo caso no son más que especulaciones.


Jámblico es parco al explicar el procedimiento de acceso a esa otra realidad, sin embargo el uso de símbolos y de plegarias es del todo claro. Parece también que, por lo que deja traslucir el texto, los sacrificios rituales y la música jugaban cierto papel en la ceremonia. Las visiones son diferente según la naturaleza de la entidad convocada. Es posible que la invocación se frustre y un demon menor o un simple espíritu haga acto de presencia cuando se intenta invocar a un dios o demon superior.


La lectura de Jámblico me corrobora en mi hipótesis de que no es racional seguir negando la realidad de otras experiencias más allá de las comunes. La naturaleza “ontológica” (perdonesemé la pedantería) de esas experiencias no me atrevo a dirimirla aunque invito a la lectura de Harpur para que cada cual extraiga su propia opinión, pero sea de la naturaleza que sea seguir negando estos contactos con el Otro Mundo estigmatizándolos con la marca de la locura, la mentira o la ignorancia es tan insensato como cerrar los ojos para decir que solo existe la oscuridad.


Mágico libro, nada extravagante en su estilo sino todo lo contrario, natural como si contase cosas sabidas por todos sin ningún tapujo o complejo. La lectura de “Sobre los misterios egipcios” te transporta a un mundo, el del Egipto griego del Bajo Imperio Romano, desconocido, extraordinario y decadente; un mundo que lucha denodadamente por sobrevivir ante los embates del cristianismo. Jámblico y el neoplatonismo, del que tan poco desgraciadamente se conserva, es, a mi juicio, el hermoso canto del cisne que entonó la cultura griega antes de desaparecer enclaustrada en las salas secretas de oscuras bibliotecas de conventos cuando no en la hoguera.


“Además, los dones procedentes de las apariciones no son todos iguales no producen los mismos frutos. La presencia de los dioses otorga salud del cuerpo, virtud del alma, pureza de intelecto y ascenso, por decirlo brevemente, de todo lo que hay en nosotros hacia sus propios principios. Elimina el frío y lo destructivo que hay en nosotros, aumenta el calor y lo hace más fuerte y potente, hace que todo sea proporcionado al alma y al intelecto, hace brillar la luz con la inteligible armonía, hace aparecer a los ojos del alma, por medio de los del cuerpo, lo que no es cuerpo como cuerpo. La presencia de los arcángeles produce también los mismos efectos, salvo que no otorga los dones ni siempre ni en toda circunstancia ni suficientes ni perfectos ni inalienables, y brilla de un modo equiparable a su aparición. La de los ángeles otorga separadamente bienes aún más particulares, y tiene la actividad con la que aparece muy inferior a la luz perfecta que la abarca en sí. La de los démones entorpece el cuerpo y lo castiga con enfermedades, arrastra también el alma hacia la naturaleza, no separa de los cuerpos ni de sensación congénere de los cuerpos, retiene en las regiones de aquí abajo a quienes se apresuran hacia el fuego y no libera de los vínculos de la fatalidad. La de los héroes tiene en lo demás efectos similares a la de los démones, pero tiene como característica propia incitar a ciertas apariciones nobles y grandes. La aparición de los arcontes en la epoptía [literalmente “visiones directas”], la de los cósmicos, otorga bienes cósmicos y todas las cosas de la vida, mientras que la de los materiales concede bienes materiales y cuantas obras son terrestres. La contemplación de las almas puras y pertenecientes al orden angélico hace ascender el alma y la salva, se manifiesta en una esperanza sagrada y otorga el don de esos bienes a los que la sagrada esperanza aspira, mientras que la contemplación de las otras [se refiere a las almas impuras] hace descender hacia la generación, destruye los frutos de la esperanza y a los que las ven los llena de pasiones que se clavan en los cuerpos.”


Jámblico; Sobre los misterios de los egipcios lib. II. 6; editorial Gredos; trad. Enrique Ángel Ramos Jurado



Sé feliz

lunes, febrero 18, 2008

El camino de la espada

Ocurrió que el emperador quiso aprender el arte de la espada y fue llamado el mayor maestro del imperio. Cuando el maestro llegó un cortesano llamó y entró en su aposento.

- Maestro- dijo- desde mi juventud he soñado con aprender el arte de la espada pero mi vida cortesana me lo ha impedido, por esto le ruego ahora que me admita como un humilde discípulo.

- Bien, te enseñaré todo lo que pueda pero antes debes decirme quién te ha iniciado en el camino de la espada porque no me cabe duda de que no eres un simple profano.

- Maestro, nadie me ha enseñado.

- No puedo pensar que mientas y sin embargo mi ojo experto al verte llegar creyó reconocer en tí en espíritu del guerrero. Bien sabe el Cielo que hasta ahora mi juicio nunca me había engañado. Sea como sea te admitiré como discípulo.

- No tengo palabras con las que expresar mi agradecimiento. Realmente nadie me ha enseñado el camino de la espada hasta hoy pero le confieso que he soñado desde que tengo juicio en convertirme en un guerrero. Por esta razón desde pequeño, comprendiendo que la muerte aparece siempre como inminente para el que camina por la senda de la espada, pensé continuamente en ella. Me imaginé muriendo de mil maneras diferentes, comprendiendo que la frontera que separa vida y muerte es frágil como la superficie de un lago. Tanto reflexioné sobre esto que ya hoy vida y muerte me son indiferentes y vivo sintiendo que no soy más que una sombra a la hora del crepúsculo.

- Bien sabía que mis ojos no me habían engañado, hermano. No tengo nada que enseñarte por que lo que tú sabes es cumbre y fin del camino del guerrero y todo lo demás no son sino juego para entretener a los necios.

(relato basado en un cuento zen)

Sé feliz

jueves, febrero 14, 2008

El método de la Realización Simbólica

En el presente post voy a comentar la terapia de la realización simbólica de la psicoanalítica suiza Marguerite Sechehaye (1887-1964) para el tratamiento de la esquizofrenia. Me baso en este trabajo fundamentalmente en el libro de Sechehaye “La realización simbólica” y los apuntes de la enferma esquizofrénica que Sechehaye trató titulados “Diario de una esquizofrénica”.


La esquizofrenia (del griego, schizo: "división" o "escisión" y phrenos: "mente") es definida como una patología psiquiátrica caracterizada por un pensamiento desestructurado, delirios, alucinaciones y alteraciones afectivas y conductuales. El paciente esquizofrénico percibe la realidad profundamente distorsionada y tiene significativos problemas para mantener conductas motivadas y de interacción social normal. (Wikipedia)


Desde el psicoanálisis de Freud la esquizofrenia, como todas las psicosis, es una ruptura del inconsciente con la realidad. Es decir, el sujeto esquizofrénico rechaza el principio de realidad del Super-Yo y crea una realidad imaginaria que le permita satisfacer aquellos impulsos inconscientes imposibles de satisfacer en la realidad. Esta realidad esquizofrénica choca con la realidad social y de ahí provienen la mayoría de los conflictos del paciente con el mundo: se siente en soledad desconectado del mundo real que le rodea. Esta ruptura con el mundo real surge usualmente debido a un trastorno primitivo durante la formación del Yo en la infancia.


Dado la desconexión del esquizofrénico con la realidad la terapia lingüística del psicoanálisis clásico no es efectiva ya que el enfermo no es capaz de una comunicación completa con su terapeuta pues ha cortado los vínculos simbólicos que permitirían una comunicación. Esta ruptura es precisamente el problema central del esquizofrénico. En todo caso, hay que decir que la terapia psicoanalítica clásica aunque no fuese del todo eficiente, según la propia Sechehaye, sí alivia al enfermo al intentar reforzar sus vínculos lingüísticos con lo Real. A pesar de esto cuando progresa la enfermedad y aumenta la desligazón del enfermo con el mundo la terapia psicoanalítica clásica se torna inviable.


EL CASO RENÉE


Con estos antecedentes teóricos se encontraba Sechehaye cuando conoció a Renée a la que al menos quince psiquiatras analizaron dando un diagnóstico parecido: esquizofrenia, hebefrenia en desarrollo, demencia precoz, paranoia esquizofrénica... Sin ninguna excepción los psiquiatras consideraron el caso como perdido, se esperaba una desintegración esquizofrénica total que acabaría en la idiotez. A pesar de este negro panorama Sechehaye emprendió la larga terapia que daría como fruto la curación de la enferma.


Renée sufrió en su primera infancia cierta falta de delicadeza afectiva por parte de sus padres. Las bromas de su padre sobre la desnudez de Renée o las burlas cuando la niña solicita comida hace que se desarrolle en ella un violento sentimiento de venganza. Por otra parte a la edad de cinco años la niña tiene que soportar continuas peleas de los padres motivadas porque el padre sale a menudo con una amiga. Renée decide vigilar al padre con un miedo horrible. La madre amenaza a la niña con abandonarla y el padre para “consolarla” le dice que en lugar de su madre vendrá una negra con grandes dientes que morderá tanto a la madre como a Renée o bien que la niña tendrá que ir a una hacienda donde unas grandes vacas se la comerán.


Otra broma del padre es proponerle cierto día a Renée alquilar una lancha para ahogarse juntos lo que genera en la niña miedo a la par que ira hacia su padre.


Cuando Renée tiene diez años el padre desaparece con su amiga y todos los ahorros efectivos de la familia con él. La pobreza e incluso la miseria hacen acto de presencia en casa y Renée se siente en la responsabilidad de tomar el papel de su padre al ser la hermana mayor. Continuos cambios de domicilio dificultan la aclimatación de la niña.

“ Más o menos al cumplir los doce años, la niña tiene ocasionalmente ilusiones ópticas, pero sin resultados afectivos dignos de mención. Al entrar en un zaguán cree ver gente que, rodeada de coches-cuna, toma el té. No osa acercarse por temor a molestar esta reunión. En otra ocasión se le aparece en la iglesia el sacerdote como muñequito movido por hilos. El sacerdote le parece ser también personaje de película, que se mueve en la pantalla sin vivir en la realidad. En una reunión de niños se asombra sobremanera al observar que todos los presentes tienen cabecita de cuervo.”


M.-A. Sechehaye; La realización simbólica. Diario de una esquizofrénica; FCE primera reimpresión 1973. pp. 23-24.


A partir de estas alucinaciones el estado de Renée empeora tanto mental como físicamente sufriendo una regresión que la empuja a jugar con muñecas a la edad de diecisiete años. El contacto con la realidad de Renée es ya mínimo y superficial; en este estado de “desintegración mental” según palabras del médico que la remite a Sechehaye llega a la consulta de la psicoanalítica. Es Julio de 1930 y Renée está apunto de cumplir dieciocho años.


EL PSICOANÁLISIS CLÁSICO:


Se inicia el psicoanálisis clásico con la charla entre paciente y doctor en el que Renée descubre sus traumas infantiles como raíces de sus sentimientos de culpa. Se observa en este periodo una leve mejoría: es más paciente con sus hermanos, ha aumentado su confianza en sí misma e incluso trabaja algo mejor para la escuela. Una muestra más de su mejoría es que Renée obtiene sus calificaciones finales y encuentra trabajo en una oficina. Sin embargo Sechehaye observa que el mero hecho de encontrar las causas del sentimiento de culpa no hacen que el Yo deje de autocastigarse... como se esperaba la enfermedad de Renée sigue avanzando inexorablemente debajo de la superficie.


¿Cómo abrir la llave que abre la protegida puerta del autocastigo? Sechehaye altera un poco el tratamiento clásico del psicoanálisis y en vez de sentarse a la espalda de la paciente, lo que genera una evidente sensación de soledad, se sienta junto a ella en el sofá para que la enferma compruebe que alguien la ve y la escucha. De este modo la enferma se siente apoyada contra sus miedos. Pero ni siquiera esto es suficiente para detener la enfermedad de Renée que sigue avanzando sin remisión.


La enferma empieza a escuchar voces absurdas: “Mediterráneo, batalla de Trafalgar...” o trozos de canciones religiosas. Siente el impulso de encender un fuego y arrojarse a él o al menos quemar su mano derecha; en un primer momento podía contener estos impulsos autodestructivos pero en la oficina en la que trabajaba con perfecta lucidez sigue el impulso morboso de quemarse la mano derecha y es observada por su jefe. Esto conllevará su internamiento psiquiátrico que a su vez provocará un shock en la enferma que acelerará su deterioro mental.


En 1932 Renée tiene 20 años y su deterioro mental es agudo, casi no come, cree ser una gata hambrienta que se alimenta de los huesos de muertos o que disminuye paulatinamente de edad dándole pavor llegar a los cero años. De este periodo son este fragmento:


“Mi querida mamá, me empeño mucho –para darte gusto-. Deseo tanto ir hacia tu cuerpo. Odio esta vida. Tómame. Me alegro de entrar nuevamente en tu cuerpo. Nunca más oiría gritar. Mamá, me esfuerzo por comer y vestirme, pero es tan difícil. Si lo logro, estarás feliz, y trabajaremos juntas para las personas iluminadas. Aun para aquellas que se iluminaron por una perversión, pero principalmente para las que tienen una gran pena.

“Viene el circo. Odio el circo. Pero en lo que se refiere a la comida cumpliré con mi deber. Las flores no deben vivir, por eso las destruyo. Es antropofagia comerse las verduras, ¿verdad, mamá? Recibe un gran beso de tu pequeña Renée, sí: de Renée –no de una ortiga-. Renée volverá al cuerpo de mamá. Mamá, está oscuro en el bosque. Cubrir las paredes con paja. No abrirse. Los malos. Defiéndeme contra Antipiol.”


Ed. cit. p. 44.



Pero afortunadamente en esta fase Sechehaye descubrió su terapia de realización simbólica. Después de escuchar los desvaríos de la enferma la psicoanalítica descubrió el sentido de algunos símbolos que Renée usaba para a continuación explicárselos a la convaleciente. Sin embargo la respuesta de Renée esa una comprensión intelectual pasajera e incluso un rechazo a separarse de sus símbolos. En este momento Sechehaye empezó a responder a la enferma con su propio lenguaje simbólico... pero aún esto, a pesar de ser un paso adelante, resultó insuficiente. Tuvo que llegar algo más allá en el uso de los símbolos.


LA REALIZACIÓN SIMBÓLICA:


En este apartado vamos a explicar como Sechehaye llegó a descubrir la terapia de la realización simbólica y en qué consiste esta terapia.


Es Octubre de 1933 y Renée tiene 21 años; vive en una pensión y la terapia de la doctora choca incesantemente con el sentimiento de culpa de la enferma. El mayor problema es que Renée se niega a ingerir cualquier otro alimento que no sean espinacas, ya que no poseen valor alimenticio y comerlas no le provoca sentimientos de culpa, o manzanas. Renée robaba las manzanas de un huerto hasta que fue sorprendida por la campesina dueña, lo que provocó un profundo sufrimiento en la enferma. Cuando Sechehaye le ofrecía manzanas compradas en la frutería también las rechazaba diciendo, aparentemente de modo contradictorio, que no le estaba permitido comer otra cosa que no fuesen manzanas. En esta tesitura Renée con un miedo terrible fruto de un conflicto con la hospedera de la pensión visitó a Sechehaye y esta se propuso desentrañar el sentido simbólico de las manzanas. Le dijo a Renée que le daría todas las manzanas que quisiera a lo que ella respondió que “[...] esas son manzanas compradas, manzanas para adultos. ¡Yo quiero manzanas de la madre, como estas!” señalando el pecho de la doctora.


Este gesto de la paciente mostró a Sechehaye el simbolismo de las manzanas: representaban el alimento materno, la leche materna (manzano=madre=tierra) que le había sido negado en su primera infancia de lactante. Esta frustración de un deseo lógico en la infancia provocó que la niña se quedase atascada en el estado de “realismo moral” que generó la imposibilidad de un desarrollo correcto de su psiquismo adulto. Renée había permanecido psíquicamente ligada a su madre sin poder llegar a una vida de independencia hasta que en su desarrollo su espíritu se truncó. Esta fractura de su desarrollo provocó que la agresividad tomase posesión de ella dirigiéndola, principalmente, hacia ella misma: le estaba prohibido nutrirse.


“Por fin comprendí lo que debía hacer. Las manzanas representan la leche de la madre, tengo que dárselas como una madre que da el pecho a su hijo: tengo que darle yo misma el símbolo, directamente y sin intermediario, y a horas fijas. Para probar mi hipótesis, decidí poner inmediatamente manos a la obra. Traje una manzana, corté un pedazo para dárselo, y le dije: “Es tiempo de beber la buena leche de las manzanas de la madre. Mamá te la dará.” Renée se apoyó en mi hombro, colocó la manzana sobre mi pecho y comió con los ojos cerrados, ceremoniosamente y con expresión de felicidad”

Ed. cit. p. 47.


De este modo la psicoanalista empezó a suministrar las manzanas a Renée como una madre da el pecho a su hijo: a horas fijas, con su presencia inmediata y alentando a la enferma a que comiese. No podía dársele a Renée leche de vaca o cualquier otro alimento que casase más con lo que estos alimentos sustituían, la leche materna, ya que el sentimiento de culpa sobre el deseo reprimido exige que se encubra la satisfacción con un símbolo. El enfermo esquizofrénico busca con su creación delirante la satisfacción de algún deseo infantil frustrado que no le ha permitido desarrollarse psíquicamente con normalidad; la creación delirante es una creación simbólica y por lo tanto la satisfacción se produce al nivel del símbolo, una vez desentrañado lo que el símbolo representa podemos hacer pasar al paciente al siguiente estadio de desarrollo hasta acompañarlo al final de su evolución psíquica, es decir, hasta su curación.


Empezando con las manzanas progresivamente Sechehaye logró que Renée fuese tomando alimentos más variados y sobre todo lo más importante fue que Renée volvió a vivir una vez más en la realidad aún cuando fuera fragmentariamente. La alegría de Renée por esta mejoría fue la misma que la de un ciego de nacimiento al ver la luz por primera vez.


El método simbólico continuó con ciertas vicisitudes en las que no me voy a detener ya que lo fundamental era la exposición del método de realización simbólica; aún así es preciso apuntar que si la terapia de realización simbólica funcionó fue porque para Renée, según la doctora, los símbolos no son tales sino que corresponden a realidades; Renée se sitúa debido a su enfermedad en una participación presimbólica, mágica con la realidad.


El rasgo principal de la disposición mágica de la mente de Renée se muestra en que el Yo no está bien separado del no-Yo. Por ejemplo, cuando la enferma necesita algún objeto que está fuera de su alcance le hace un gesto para que se aproxime o si tropieza con un mueble y se hace daño Renée le sacaba la lengua en señal de burla.


Renée también cae en el animismo en la relación con las partes de su propio cuerpo: cuando le dolió un diente le dijo a la doctora Sechehaye “¡Mamá, mi diente se porta mal, habla con él!”, acto seguido la doctora reprendió al diente y le conmino a que se comportase bien sintiendo la enferma, a continuación, una mejoría que le permitió reconciliar el sueño.


Estos pensamientos mágicos que aparecieron en los últimos estadios de la curación de Renée fueron desapareciendo mediante la aplicación de la terapia de realización simbólica.


En Abril de 1940 tras ocho años de terapia se confirma la curación total de la paciente sin recaídas. Comenzó estudios biológicos y una serie de investigaciones que le hicieron merecedora de un premio universitario.


Sechehaye siempre se mostró crítica con aquellos que consideraron que la fuente de la curación de Renée fue su afecto hacia la enferma y no la terapia en sí. La doctora expone datos clínicos esclarecedores que muestran que su afecto por la enferma y su curación no fueron en paralelo como sí lo fueron la utilización de símbolos y la recuperación final de Renée. Por otro lado, cualquier persona que conozca lo que representa una enfermedad tan compleja como la esquizofrenia comprenderá la imposibilidad de curarla con mero “amor maternal”.


COMENTARIO FINAL:


Me gustaría apuntar ciertas reflexiones tras esta exposición de la terapia de realización simbólica de Marguerite Sechehaye. En primer lugar, es interesante como la psicoanalítica rompe con la relación paciente-enfermo del psicoanálisis clásico, en vez de una posición de distante superioridad con respecto al enfermo la doctora Sechehaye opta por un posicionamiento de mayor cercanía con respecto a su paciente. Este cambio de posición, sin embargo, no implica que la paciente deje de ver a la doctora como apoyo o incluso guía; el psicoanalista sigue actuando como “conductor” de la terapia pero desde una actitud de guía cercano al enfermo. Esta posición, por supuesto, incrementa los peligros de trasferencia no sólo en sentido enfermo-psiquiatra sino también en sentido psiquiatra-enfermo.


La lectura del libro de Sechehaye y sobretodo el diario de Renée en donde narra como va progresando su enfermedad me han reafirmado en el planteamiento de que la enfermedad mental es más una perspectiva social sobre un individuo concreto (el llamado enfermo) que una patología objetiva. Los trastornos por los que pasa Renée bien podrían considerarse en otras culturas como visualizaciones de otras realidades colindantes, superiores o superpuestas a la nuestra. Una persona que escucha voces ¿qué es un enfermo o un visionario? A mi juicio lo que produce tanto sufrimiento en los enfermos esquizofrénicos de las sociedades occidentales es principalmente la perspectiva monosimbolista sobre la realidad: sólo un juego de símbolos, el racionalismo, es el válido para captar el mundo real, fuera de este juego simbólico de lo racional no cabe más que la irracionalidad, la locura y la patología.


En España de vez en cuando sigue surgiendo el debate de si la homosexualidad es una enfermedad ¿lo es? Desde la perspectiva monosimbolista lo ha sido en el pasado y lo sigue siendo pero ¿desde la perspectiva de un lacedemonio del siglo V a.C. lo sería? La enfermedad mental no es tanto un modo concreto de comportarse de la persona estigmatizada, el llamado “enfermo”, sino un modo de ver ese comportarse por parte de la sociedad. En este sentido muchas de las sociedades llamadas primitivas integran al sujeto que nosotros denominaríamos esquizofrénico dentro de una interpretación del mundo polisimbolista en donde pueden convivir diversos accesos a la realidad. Mientras que en el racional occidente el llamado esquizofrénico es considerado un paria y más o menos estigmatizados en algunas culturas primitivas se integra en la sociedad en la figura del chamán:


“En el capítulo precedente hemos citado muchos ejemplos de vocación chamánica manifestada adoptando la forma de una enfermedad. A veces no se trata exactamente de una enfermedad propiamente dicha, sino más bien un cambio progresivo de la conducta. El candidato se trueca en un hombre meditativo, busca la soledad, duerme mucho, parece ausente, tiene sueños proféticos y, a veces, ataques. Todo estos síntomas no son más que el preludio de la nueva vida que espera, sin saberlo, al candidato. Su proceder recuerda, por otra parte, las primeras señales de la vocación mística, que son las mismas en todas las religiones y harto conocidas para que estimemos necesario insistir en ellas.

Pero se dan también “enfermedades”, ataques, sueños y alucinaciones que deciden en poco tiempo la carrera de un chamán.”


Mircea Eliade; El chamanismo y las técnicas arcaicas del éxtasis; FCE séptima reimpresión 2003; p. 47.


Otra cuestión que me planteé al leer la obra de Sechehaye fue la relación del pensamiento mágico con la evolución de nuestro psiquismo. Ya Piaget había advertido que el niño pasa en su infancia por una especie de animismo que dota de vida a todos los objetos de su mundo incluso personificándolos. Sechehaye comprueba rastros de este animismo en Renée cuando los más graves síntomas de la esquizofrenia parecen haber remitido. Piaget y Sechehaye, el primero en el desarrollo del niño y la segunda en la enferma esquizofrénica, hayan vestigios de pensamiento mágico en la mente humana que vemos aflorar en la vida adulta. Desde una perspectiva racionalista este afloramiento de elementos mágicos-animistas es una regresión o una falla en el desarrollo psíquico; desde otra perspectiva los elementos mágico-animistas suponen los cimientos en donde está anclada nuestra vida psíquica consciente. La negación de estos elementos mágico-animistas traen la inestabilidad psíquica del mismo modo que un edificio con cimientos debilitados se tambalea y cae. El símbolo como realidad es el lenguaje profundo de nuestro espíritu, las abstracciones racionales que olvidan su origen simbólico son como árboles que han olvidado que se mantienen firmes hacia el sol sólo gracias a sus profundas raíces que penetran la obscura tierra.


La terapia de Sechehaye, si se ha entendido correctamente, es acompañar al enfermo en un desarrollo psíquico frustrado que no pudo tener lugar en la infancia; el desarrollo psíquico insuficiente fue lo que creó en el paciente la patología así que para sanar esa frustración deben satisfacerse esas necesidades del desarrollo a través de símbolos, en tanto que la satisfacción real no es ya posible. El paciente, junto con el terapeuta, rehace el camino del desarrollo del psiquismo no de un modo literal sino imaginal, simbólico. Cuando comprendí el método de Sechehaye no pude evitar pensar en los ritos de iniciación de algunas sociedades llamadas primitivas e incluso en algunos ritos iniciáticos de sociedades secretas occidentales en donde el leit motiv es el “renacimiento” del iniciado. Veamos a continuación dos textos que tratan de este renacimiento, el primero de Sechehaye en donde explica una fase de la terapia que finalizó con la curación de Renée, y el segundo de Mircea Eliade en donde narra un rito de iniciación de la antigua India:


“Retirarse al autismo significa negarse a toda responsabilidad frente a la vida y producía un violento sentimiento de culpabilidad. Y este sentimiento de culpabilidad respecto del autismo era la causa, como en todo sentimiento de culpabilidad inconsciente, por la que quedaba fija e este estado. Para liberar a alguien de ese sentimiento, hay que darle permiso para que satisfaga un deseo. Debe tener la autoridad para poder retirarse al autismo con el fin de perder tal sentimiento y apenas después deshacerse de él. La causa es obvia: el deseo de retirarse al vientre materno despierta el sentimiento de culpabilidad, ya que la madre quiere obligar al niño a que viva; no desea guardarlo en su vientre.

Tuve que acompañar a Renée hasta la última regresión hasta el autismo, y otorgarle de este modo el derecho de poder retirarse al vientre materno cuando sufría demasiado.”

Sechehaye, op. cit. pp. 66-67


“Por el momento, permítanseme citar algunos ejemplos ilustrativos acerca del tipo no peligroso de regreso al estado embrionario. Empecemos con las iniciaciones brahmánicas. No intentaré presentarlas en su totalidad; nos limitaremos al tema de la gestación y el nuevo nacimiento. En la antigua India, la ceremonia upanayana –es decir, la presentación del muchacho a su maestro- es el homólogo de las primitivas iniciaciones de la pubertad. En realidad, en la antigua India están presentes algunos de los comportamientos de los novicios entre los pueblos primitivos. El brahmacharin vive en casa de su maestro, se viste con la piel de un antílope negro, no come nada excepto la comida que mendiga, y está ligado a un voto de castidad absoluta [...]. Desconocida para el Rig-veda, la upanayana aparece documentada por primera vez en el Atharva-veda (XI, 5, 3), expresando claramente el tema gestación y renacimiento; se dice que el maestro transforma al muchacho en un embrión y le mantiene en su vientre durante tres noches. El Shatapatha-brahmana (XI, 5, 4, 12-13) ofrece los siguientes detalles: el maestro concibe cuando deposita su mano en el hombro del muchacho, y al tercer día el muchacho renace como brahmán. El Atharva-veda (XIX, 17) llama “dos veces nacido” (dvi-ja) a quienes han pasado por el upanayana”.

Mircea Eliade; Nacimiento y renacimiento; Ed. Kairós, primera edición 2001, pp. 85-86.


Realmente parece que las propuestas de algunos psicoanalistas e historiadores de las religiones herederos de Jung parecen acertadas cuando interpretan el mito, la iniciación o el hecho religioso en general como una psicoterapia social. Quizás Sechehaye se adelantó en su praxis psicoanalítica a teorizaciones posteriores sobre la economía psíquica del acto iniciático.


Como colofón a estas reflexiones me gustaría hacer la más arriesgada consideración: ¿realmente los estados alterados de conciencia nos transportan a otras realidades? ¿son factibles fenómenos psíquicos en esos estados alterados que en los estados normales son sólo quimeras? Voy a citar un texto del diario de Renée que ni ella ni su psicoanalista consideraron relevante, dejo al lector la explicación del mismo ya como mera coincidencia ya como guste:


“El ingreso en una clínica para enfermos nerviosos o simplemente en una clínica, me provocaba una terrible angustia. Pero, por lo menos, debía agradecer que no me habían internado por la fuerza como estuvo a punto de suceder.

A este respecto, me aconteció algo extraordinario, único en mi vida. Desde que recibía órdenes del Sistema, temía constantemente mi entrada definitiva en el País de la Iluminación. En teoría, esto significaba permanecer para siempre en la irrealidad, sin ningún contacto posible con “mamá” [se refiere a la doctora Sechehaye]; prácticamente significaba: ser internada en un hospital para enfermos mentales. Había establecido perfectamente el lazo entre el país de la Iluminación y el estado de locura: los enfermos mentales eran “iluminados” y entrar en una clínica psiquiátrica era ser definitivamente iluminada.

Varias veces le dije a “mamá”: “Tengo miedo de que vengan a buscarme para llevarme donde están los iluminados”. En efecto, diez días después de la visita del médico del Consejo de Vigilancia, vinieron a buscarme a mi casa para internarme legalmente; iban un enfermero, un asistente social o una asistente de la policía, ya no lo recuerdo. Afortunadamente, yo estaba fuera y mi familia ignoraba dónde me hallaba. Fue un sábado hacia las seis de la tarde. Este día, después de mi sesión, acompañé a “mamá” a una conferencia y estando en ella me sorprendió una terrible angustia en medio de la cuál dije a “mamá”: “El guardián de Bel Air (así se llamaba el asilo del cantón) viene a buscarme, está aquí. ¡Tengo miedo, tengo miedo! ¡Protéjame, se lo suplico!” Repetí estas mismas palabras varias veces, pero aunque no veía ningún guardián, tenía el sentimiento de que amenazaba un peligro inminente. En realidad, ignoraba todo lo que se tramaba a mis espaldas y no sospechaba siquiera que se me quería internar ese mismo día.

“Mamá” me tranquilizó y me separé de ella sin temor. Emprendí a pie el camino a mi domicilio, que se encontraba a una media hora del lugar de la conferencia y del domicilio de “mamá”. Iba a buen paso, puesto que aún tenía que hacer las compras del sábado. Súbitamente, me detuve. Y sin angustia, sin ninguna idea representativa, movida por una fuerza invisible di la vuelta y regresé a casa de “mamá”. Cuando abrió la puerta se asombró mucho de verme allí, pues era la primera vez que esto me sucedía: nunca antes me había acongojado a mitad del camino y agregué estas palabras: “Vengo para que me proteja del guardián. Quiere aprehenderme.” Me apenaba un poco molestar a “mamá” sin un motivo real muy urgente, tanto más cuanto que la angustia que sentí en la conferencia había ya desaparecido. “Mamá”, naturalmente, me recibió muy bien y me detuvo con ella alrededor de una hora y cuarto. Después me fui y cuando llegué a la casa, me sorprendió una atmósfera extremadamente tensa. Pregunté de qué se trataba y ante mi insistencia mis hermanos me contaron lo sucedido: un enfermero (el guardián) y una asistente social vinieron para buscarme en la ambulancia del asilo para internarme según las órdenes del Consejo de Vigilancia. La hora de su llegada coincidió con el final de la conferencia, o sea exactamente con el momento en que tuve el agudo sentimiento de que un guardián del país de la Iluminación había venido a buscarme y que se lo dije a “mamá”. Parece que me esperaron una hora y media. Si no hubiera tenido esa marabillosa intuición a la mitad del camino de regreso, habría llegado a la casa demasiado pronto y me habrían llevado por la fuerza. Gracias a esta intuición, escapé de un shock del cual me hubiera sido muy difícil reponerme. Fatigados de esperarme y sin saber a qué hora regresaría, se fueron.”


Sechehaye, op. cit. pp. 152-153


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Fragmentos del "Diario de una esquizofrénica"

Este post recoge una serie de textos del libro “Diario de una Esquizofrénica” en los que una enferma esquizofrénica narra el drama de su enfermedad. Este libro se hizo famoso por el trabajo de la psicoanalista suiza Marguerite Sechehaye (1887-1964) “La realización simbólica” en donde exponía un novedoso método de curación psicoanalítica de la esquizofrenia; junto con esta obra la doctora publicó finalmente el diario de Renée, una joven enferma mental que había recuperado la cordura gracias a la nueva terapia.


Los primeros síntomas de irrealidad:


“Estas crisis, lejos de espaciarse, aumentaron. En una ocasión me encontraba en el Patronato y súbitamente vi que la sala se hacía inmensa y que la iluminaba una terrible luz eléctrica que no producía verdaderas sombras. Todo era claro, liso. artificial, tenso hasta el extremo; las sillas y las mesas me parecieron maquetas puestas aquí y allá, las alumnas y las maestras, marionetas que se movían sin razón, sin meta. No reconocí ya nada ni a nadie. Parecía que la realidad se había disuelto, evadido de todos esos objetos y aquellas personas. Me invadió una angustia espantosa; buscaba perdidamente un auxilio cualquiera. Escuchaba las conversaciones, pero no comprendía el significado de las palabras. Las voces me parecían metálicas, sin timbre ni calor. De tiempo en tiempo, una palabra se destacaba del conjunto. Se repetía en mi cerebro como cortada con cuchillo, absurda. Y cuando una de mis compañeras se me aproximaba, la veía crecer, crecer, igual que la piedra del molino. Me encaminé entonces hacia mi profesora y le dije: `¡Tengo miedo, porque todos tienen una pequeña cabeza de cuervo puesta sobre la cabeza!´ Ella me respondió amablemente y me respondió alguna cosa que ya no recuerdo. Pero su sonrisa, en lugar de tranquilizarme, aumentó mi angustia y desazón, pues advertí sus dientes blancos y regulares que, al brillo de la luz, llenaron todo mi campo de visión, como si la sala entera fuese sólo dientes bajo una luz implacable. Un miedo atroz me invadió. El movimiento me salvó aquel día. Era la hora de ir a la capilla para la bendición y, con los otros niños, tuve que incorporarme a la fila; moverme, cambiar de horizontes, hacer algo preciso y habitual, me ayudó mucho. Sin embargo, llevé mi estado de irrealidad a la capilla, aunque en grado menor. Aquel día quedé agotada.”


M.-A. Sechehaye; La realización simbólica. Diario de una esquizofrénica; FCE, primera reimpresión 1973; pp. 130-131.



Esperando el milagro que hará surgir lo real:


“Tenía dos o tres amigas, diez años mayores que yo, a quienes veía semanalmente, pero se quejaban que yo era latosa, exigente, puesto que cuando salía de paseo con una de ellas por un rato, en el momento de la separación le suplicaba quedarse más tiempo conmigo, que me acompañara de regreso. Y cuando había accedido a mi deseo, no estaba aún satisfecha y le decía: “Todavía, todavía, por favor quédese más”. Estas súplicas incesantes, que me hacían pasar por desagradable y exigente, provenían únicamente del estado de irrealidad en el que me encontraba. Durante toda la visita de mi amiga intentaba desesperadamente entrar en contacto con ella, sentir que estaba verdaderamente allí, que era una persona viva y sensible. Pero no era nada. Formaba parte de ese mundo irreal. Sin embargo, la reconocía, sabía su nombre y todo lo que le concernía, pero me parecía extraña irreal, como una estatua; veía sus ojos, su nariz, su boca que hablaba, oía el sonido de su voz, comprendía perfectamente el sentido de sus palabras, y, sin embargo, me sentía frente a una extraña. Hacía esfuerzos desesperados por romper este muro invisible que nos separaba y por llegar establecer un contacto entre nosotras; pero cuanto más me esforzaba, menos lo lograba y mi angustia aumentaba. Caminábamos por una vereda, platicando como lo hacen dos amigas; le contaba lo que me sucedía en la escuela: mis éxitos, mis fracasos; le hablaba de mis hermanos y hermanas, a veces de mis problemas. Y bajo esta máscara de tranquilidad, de normalidad, vivía un verdadero drama. A nuestro alrededor se extendía los campos cortados por vallados o por bosquecillos; el camino blanco se prolongaba frente a nosotras, y el sol en el cielo azul brillaba y calentaba nuestras espaldas. Y yo veía una llanura inmensa, sin límites, de infinito horizonte; los árboles y los vallados eran de cartón, puestos aquí y allá como accesorios de teatro, y el camino, ¡ah! el camino infinito, blanco, brillante bajo los rayos del sol, brillante como una aguja. Arriba, el implacable sol con sus rayos eléctricos que agobiaban los árboles y las casas. En esta inmensidad reinaba un silencio aterrador que los ruidos no rompían sino para hacerlo aún más silencioso, aún más aterrador. ¡Y yo, perdida en este espacio sin límites con una amiga!

Pero ¿es ella? Una mujer que habla, que hace gestos. Percibo sus dientes blancos que brillan, miro sus ojos castaños que me miran y veo que tengo una estatua a mi lado, una maqueta que forma parte del decorado de cartón. ¡Ah! ¡Qué miedo, qué angustia! Entonces, comienzo: “¿Es usted, Juana?” “¿Pero quién quiere que sea? ¿Usted sabe que soy yo, no es cierto?” responde ella extrañada. “Sí, sí, sé bien que es usted”. Pero yo me digo: “Ella, sí, es ella, pero disfrazada”. Y continúo: “Usted actúa como una autómata, ¿por qué?” “¡Ah! A usted le parece que yo camino sin gracia; no es mi culpa” contesta ella ofendida. Mi amida no comprende la pregunta. Me callo, más sola y aislada que nunca. Pero he aquí que llega el momento de separarse; entonces la angustia me exacerba. A toda costa, por cualquier medio quiero vencer la irrealidad, quiero sentir un instante que tengo a alguien vivo frente a mí; quiero experimentar un segundo el contacto bienhechor que nos llena en un momento la soledad de una jornada; me aferro al brazo de mi amiga y le suplico que permanezca unos minutos más; si accede a mi ruego, hablo, pregunto, digo, con el único fin de romper el obstáculo que me separa de ella. Pero los minutos han pasado y yo estoy siempre en el mismo punto. Entonces la acompaño una parte del camino, esperando, esperando siempre el milagro que hará surgir lo real, la vida, la sensibilidad. La miro, la escudriño intentando percibir la vida dentro de ella, más allá de su envoltura irreal; pero me parece más estatua que nunca, es un maniquí movido por un mecanismo, que actúa y que habla como un autómata. Es espantoso, inhumano, grotesco. Vencida, me despido con las palabras convencionales y me voy, deshecha de fatiga, triste a más no poder, y regreso a la casa con el corazón vacío, desesperadamente vacío. Allí, encuentro una casa de cartón, hermanos y hermanas robots, una luz eléctrica, y me hundo en la pesadilla de la aguja en el pajar. En este estado me pongo a preparar la cena, explico las lecciones a mis hermanos menores y hago mis propias tareas.”

op. cit. pp. 136-138


Las palabras-imágenes. Descomposición de los estímulos perceptivos:


“A menudo se asociaban imágenes a las frases: por ejemplo, si quería contar que mi profesor de alemán había hecho una afirmación, o que mi hermana menor había armado escándalo para no ir a la escuela, veía al maestro de alemán gesticulando en su pupitre, como un muñeco, separado de todo, bajo una luz cegadora, moviéndose como un loco; y a mi hermana la veía en la cocina revolcándose de ira, pero también movida por un mecanismo, sin ningún sentido. Estas personas, que en la realidad habían actuado de acuerdo con fines, con motivos precisos, ahora estaban como vacías, despojadas de su alma, y no les quedaba sino un cuerpo que se movía como un autómata y sus movimientos carecían por completo de emoción y sentimientos. Esto era lo terrible. Para desembarazarme de estas visiones y de estas voces interiores miraba a mamá [se refiere a la doctora Sechehaye], pero sólo veía una estatua o una figura de hielo que me sonreía. Y esta sonrisa que mostraba los dientes blancos me aterrorizaba porque percibía todas las partes de su rostro separadas unas de otras, independientes: los dientes, la nariz, las mejillas, un ojo, después otro. Probablemente a causa de esta independencia de las partes sentía miedo y ya no la reconocía aun cuando al mismo tiempo la reconocía.”

op. cit. pp. 144-145


El animismo y las palabras encantadas:


“Desde un tiempo atrás sentía que las cosas me molestaban y esto me hacía sufrir mucho; no quiero decir que me hacían algo en especial, no me atacaban directamente ni me hablaban: me molestaban por su presencia; veía los objetos tan recortados, tan separados los unos de los otros, tan pulidos (como minerales), tan iluminados que me daban un miedo intenso. Cuando miraba, por ejemplo, una silla o un jarro que servía para contener agua o leche, o una silla hecha para sentarse. ¡No! ¡Habían perdido su nombre, su función, su significado y se habían convertido en cosas!

Y estas cosas se animaban. Dentro del decorado irreal, dentro del silencio opaco de mi percepción, de pronto surgía “la cosa”: este jarro de barro, decorado con flores azules, estaba allí, frente a mí, desafiándome con su presencia, con su existencia; entonces retiraba de él mi mirada para tener menos miedo, pero encontraba una silla, después una mesa, que también existían, manifestaban su presencia. Intentaba escaparme de su dominio pronunciando su nombre: “silla”, “jarro”, “mesa”, “es una silla”, pero la palabra había sido como desencantada, despojada de todo significado, había abandonado el objeto, se había separado de él, y de un lado estaba la “cosa viva, burlona”, y, por otro, su nombre, desprovisto de sentido, como un recipiente sin contenido. ¡Ya no lograba reunirlos!

Me quedaba allí, frente a las cosas, llena de miedo y de horror, y me quejaba diciendo: “las cosas me molestan. ¡Tengo miedo!” Cuando me pedían detalles planteándome esta pregunta: “Este jarro, esta silla, ¿las ve usted vivas?”, respondía: “Sí, están vivas.” Y la gente, incluso los médicos, creían que yo percibía los objetos como personas, que los oía hablar. No había tal: su vida era únicamente su presencia, su existencia; para huir de ellos me escondía, cubría mi cabeza con los brazos, o me metía en un rincón.”

op. cit. pag. 148


¿Precognisción?


“El ingreso en una clínica para enfermos nerviosos o simplemente en una clínica, me provocaba una terrible angustia. Pero, por lo menos, debía agradecer que no me habían internado por la fuerza como estuvo a punto de suceder.

A este respecto, me aconteció algo extraordinario, único en mi vida. Desde que recibía órdenes del Sistema, temía constantemente mi entrada definitiva en el País de la Iluminación. En teoría, esto significaba permanecer para siempre en la irrealidad, sin ningún contacto posible con “mamá”; prácticamente significaba: ser internada en un hospital para enfermos mentales. Había establecido perfectamente el lazo entre el país de la Iluminación y el estado de locura: los enfermos mentales eran “iluminados” y entrar en una clínica psiquiátrica era ser definitivamente iluminada.

Varias veces le dije a “mamá”: “Tengo miedo de que vengan a buscarme para llevarme donde están los iluminados”. En efecto, diez días después de la visita del médico del Consejo de Vigilancia, vinieron a buscarme a mi casa para internarme legalmente; iban un enfermero, un asistente social o una asistente de la policía, ya no lo recuerdo. Afortunadamente, yo estaba fuera y mi familia ignoraba dónde me hallaba. Fue un sábado hacia las seis de la tarde. Este día, después de mi sesión, acompañé a “mamá” a una conferencia y estando en ella me sorprendió una terrible angustia en medio de la cuál dije a “mamá”: “El guardián de Bel Air (así se llamaba el asilo del cantón) viene a buscarme, está aquí. ¡Tengo miedo, tengo miedo! ¡Protéjame, se lo suplico!” Repetí estas mismas palabras varias veces, pero aunque no veía ningún guardián, tenía el sentimiento de que amenazaba un peligro inminente. En realidad, ignoraba todo lo que se tramaba a mis espaldas y no sospechaba siquiera que se me quería internar ese mismo día.

“Mamá” me tranquilizó y me separé de ella sin temor. Emprendí a pie el camino a mi domicilio, que se encontraba a una media hora del lugar de la conferencia y del domicilio de “mamá”. Iba a buen paso, puesto que aún tenía que hacer las compras del sábado. Súbitamente, me detuve. Y sin angustia, sin ninguna idea representativa, movida por una fuerza invisible di la vuelta y regresé a casa de “mamá”. Cuando abrió la puerta se asombró mucho de verme allí, pues era la primera vez que esto me sucedía: nunca antes me había acongojado a mitad del camino y agregué estas palabras: “Vengo para que me proteja del guardián. Quiere aprehenderme.” Me apenaba un poco molestar a “mamá” sin un motivo real muy urgente, tanto más cuanto que la angustia que sentí en la conferencia había ya desaparecido. “Mamá”, naturalmente, me recibió muy bien y me detuvo con ella alrededor de una hora y cuarto. Después me fui y cuando llegué a la casa, me sorprendió una atmósfera extremadamente tensa. Pregunté de qué se trataba y ante mi insistencia mis hermanos me contaron lo sucedido: un enfermero (el guardián) y una asistente social vinieron para buscarme en la ambulancia del asilo para internarme según las órdenes del Consejo de Vigilancia. La hora de su llegada coincidió con el final de la conferencia, o sea exactamente con el momento en que tuve el agudo sentimiento de que un guardián del país de la Iluminación había venido a buscarme y que se lo dije a “mamá”. Parece que me esperaron una hora y media. Si no hubiera tenido esa maravillosa intuición a la mitad del camino de regreso, habría llegado a la casa demasiado pronto y me habrían llevado por la fuerza. Gracias a esta intuición, escapé de un shock del cual me hubiera sido muy difícil reponerme. Fatigados de esperarme y sin saber a qué hora regresaría, se fueron.”


op. cit. pp. 152-153


El desprecio moral hacia el enfermo mental:


“Además, temía de tal modo a las enfermas, que la primera noche no cerré los ojos y las siguientes me despertaba a cada instante. Por lo demás, era bien difícil dormir con los gritos de las dos enfermas que ocupaban las celdas que daban a la sala.

La enfermera de guardia vino a tranquilizarme diciéndome que no tenía nada qué temer de las enfermas; pero cuando se ausentó un momento, la mujer que ocupaba la cama de enfrente se levantó bruscamente y se precipitó hacia mí y me robó las frutas –peras y manzanas- que tenía sobre mi mesa de noche y se llevó el botín para comérselo apresuradamente dentro de su cama.

La conducta de esta enferma me dio mucho miedo y cuando la enfermera volvió le conté lo que había pasado, pero me miró severamente y me dijo: “Señorita, no hay que comenzar con mentiras, eso no se hace aquí. Lo que usted me cuenta es imposible. La mujer de enfrente hace tres años que rechaza el alimento y hay que nutrirla artificialmente.” Ni ante mi sincera insistencia cambió su actitud: “Vamos, vamos, déjese de mentiras; se lo diré al médico”, y salió de la habitación.

Aterrada, me preguntaba si había soñado esta historia del robo de las frutas, pues era la primera vez en mi vida que me acusaban de mentirosa: pero, por la tarde, al atender a la mujer, la enfermera descubrió restos de las peras y una manzana apenas mordida. Como si nada hubiera pasado y riéndose, se volvió hacia mí y sin una palabra de excusa, exclamó: ¡Era cierto!”

op. cit. p. 157


Hundimiento en la irrealidad:


“Padecía menos con la irrealidad, pues ya no luchaba contra ella; vivía en una atmósfera de vacío, de indiferencia, de artificialidad. Un muro infranqueable me separaba de las personas y de las cosas; veía a muy poca gente y no me sentía contenta sino sola, y para esto me refugiaba en el sótano; allí, sentada sobre una pila de carbón, permanecía tranquila, inmóvil, con la mirada fija en una mancha o un rayo de luz.

Pero, a veces, de este muro de indiferencia surgía de pronto la angustia de la irrealidad; era como si mi percepción del mundo me hiciese sentir agudamente el absurdo de las cosas: en silencio y en la inmensidad cada objeto se separaba, cortado con cuchillo, aislado en el vacío, en la infinitud; y como consecuencia de esta separación, de esta soledad en que se encontraba, se ponía a existir. Allí estaba, frente a mí, aterrándome. Era entonces cuando decía: “La silla se burla de mí, me molesta”; esto no era exacto, pero no tenía otras palabras para expresar el miedo y el agudo sentimiento de que la silla existía sin tener ningún otro significado.

Otras veces las crisis de irrealidad sobrevenían en la calle: todo parecía entonces inanimado, muerto, mineral, absurdo; y en este silencio, un grito infantil despertaba mi angustia: me sentía expulsada del mundo, separada de la vida, espectadora de un film caótico que se desarrollaba sin cesar delante de mis ojos y del cual no lograba ser partícipe nunca; espantosos momentos en los que sentía un malestar y una sensación de indefensa tales, que no tenía más remedio que sufrirlos sin esperanzas.”

op. cit. pp. 163-164


Sentimientos de autodestrucción y culpa:


“[...] todo el mundo que me rodeaba me pareció ser un sueño. Posteriormente vinieron órdenes, o más bien impulsos de destruirme y me mordía cruelmente las manos y los brazos; golpeaba con la cabeza contra la pared y me daba puñetazos en el pecho hasta el punto de amoratarme; no paraba con ellos hasta que me defendían de mi misma.

Una increíble fuerza de destrucción crecía en mí y buscaba aniquilarme a toda costa; me sentía espantosamente culpable, con tal culpabilidad que era la culpabilidad misma en toda su extensión y en todo su horror: “Soy culpable”. No sabía de qué era culpable, sino que era inmensa y profundamente culpable, y ese sentimiento me era intolerable, insoportable: por esa razón dejaba de comer e intentaba destruirme por todos los medios, hasta el punto de que sólo “mamá” conseguía en ocasiones impedirme el hacerme daño y esto cuando me mostraba alguna cosa blanca, como mi sábana o mi camisa al tiempo que decía: “¿Ves? este hermoso blanco quiere decir que tú no eres culpable: es una prueba.” Esto me consolaba mucho, pero desgraciadamente mi estado de agitación casi no me permitía escuchar ni siquiera a “mamá”: demasiado ruido, demasiado movimiento, demasiadas sensaciones se debatían en mi interior y, además, había perdido todo verdadero contacto con “mamá”: cierto que la veía llegar con mucho gusto siempre, pero me parecía irreal, artificial.”

op. cit. pp. 169-170


Estado de catatonia:


“De tanto sentirme criminal, ya no resistía más. Un pecado inaudito, infinito, me agobiaba como una hercúlea carga y desataba contra mí todas las fuerzas de la destrucción. No sabía dónde estaba ni tenía idea alguna de mí; sólo una cosa me interesaba: destruirme, asesinar a este vil ser al que odiaba a muerte. Las voces se habían desencadenado de nuevo y una tempestad me sacudía. Se me transportó a una clínica psiquiátrica y poco después caí en un estado de estupor e indiferencia completos. Todo me parecía un sueño desolado, todo me daba lo mismo. Por eso no era posible ninguna reacción. Los médicos se imaginaban que no comprendía las órdenes y sus indicaciones, pero yo comprendía perfectamente todo lo que pasaba a mi alrededor: simplemente, algunas cosas me eran tan indiferentes, tan vacías de emotividad y de afectividad, que me parecía que no tenían ninguna relación conmigo, que no se dirigían a mí. No podía reaccionar porque se había detenido el motor vital. Notaba que las imágenes se alejaban o se acercaban a mi cama, pero yo estaba alejadas de ellas, yo misma no era ya sino una imagen sin vida”

op. cit. pp. 183-184


Curación de Renée, vuelta a la realidad:


“La realidad se convertía cada vez, podría decir, en algo más real, y yo me volvía más independiente y sociable. En la actualidad acepto toda la personalidad de la señora Sechehaye y la quiero por ella misma, le debo infinita gratitud por el tesoro que me otorgó al devolverme la realidad y el contacto con la vida.

Sólo quienes han perdido la realidad y vivido por años en el país inhumano y cruel de la Iluminación, pueden saborear el goce de vivir y medir el inestimable valor de ser parte de la humanidad.”

op. cit. p. 193

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