viernes, febrero 29, 2008

La construcción social del yo

En este trabajo vamos a exponer y analizar como se desarrolla el yo dentro de una entidad social. Subrayaremos en este trabajo la importancia de los vínculos sociales para la construcción efectiva del yo. Para realizar este trabajo nos basaremos principalmente en el artículo del sociólogo canadiense Erving Goffman "La vida íntima de una institución pública" recogido en su libro Internados: ensayo sobre la situación social de los enfermos mentales editado por Amorrortu en traducción de María Antonia Oyuela de Grant.

El individuo, como ser social que es, precisa de pertenecer a alguna institución social. Biológicamente está determinado siempre a pertenecer a una familia aún cuando la amplitud de la misma y los compromisos inherentes a su pertenencia tienen una abigarrada plasticidad cultural. Más allá de la familia están otras instituciones sociales de infinidad de tipos: instituciones políticas (aldea, país, partido...), laborales, informales, etc. La participación en cualquier entidad social implica para el individuo algún tipo de compromiso al tiempo que una lógica adhesión. Fruto de esta adhesión y compromiso la entidad social impone al individuo una concepción de sí mismo aún cuando también reconoce límites a esa imposición. Esta imposición es mayoritaria, cuando no únicamente, implícita y muy raramente explícita. Por ejemplo, el hecho de que una entidad social admita a un individuo en su seno implica que la susodicha entidad considera que ese sujeto es digno de tal pertenencia y se va a comportar según lo que se espera de él. Lo que se espera de él puede ser radicalmente distinto de una institución social a otra ya que en el ejemplo anterior la institución podría haber sido tanto la policía como un grupo de atracadores, entidades sociales que obviamente esperan de sus miembros actitudes diferentes.

¿Cómo se relaciona el individuo con esta imagen que el grupo social le presupone y finalmente le impone? Hay tres posibilidades extremas. El individuo puede ignorar completamente esa imagen presupuesta y desafiar el rechazo social que esta postura implica; puede, por otra parte, ser un cumplidor fiel de ese modelo tanto en su comportamiento exterior como en su íntimo autoconcepto; finalmente, puede despreciar esa imagen impuesta por la institución social en su autoconcepto aún cuando cumpla todas las obligaciones implícitas en esa imagen en sus actos externos. No obstante, en la vida real raramente un individuo adopta alguno de estos modelos unilateralmente sino que más bien se niega a aceptar completamente las implicaciones de su pertenencia social manifestando un puntual rechazo de palabra u obra a pesar de que cumpla las obligaciones más importantes.

Ya hemos mostrado que el individuo ofrece al grupo social su compromiso y su adhesión pero ¿qué le ofrece la entidad social al individuo? El grupo social ofrece al individuo bienestar de múltiples formas (salario, parte en el reparto, calor del hogar...) a la vez que provee al individuo de unos valores conjuntos entre él y la institución social; es decir, la institución social hace que algunos de los intereses del grupo coincidan con los del individuo. Pero además del bienestar y la creación de valores conjuntos la institución provee al individuo de incentivos especiales por su adhesión; estos incentivos pueden estar más formalizados (la antigüedad en el trabajo que implica un aumento salarial automático) o menos (el nombramiento como "empleado del mes") pero esa diferencia no es relevante. Lo realmente importante de la provisión de incentivos es que la institución social admite con ellos que el individuo puede tener, y de hecho generalmente tiene, intereses que vayan más allá de los del grupo social y que incluso entren en conflicto unos intereses y otros. Esta admisión es también la que permite que a la par que existen incentivos haya también castigos para los individuos más díscolos de la institución social.

En el momento en el que el individuo asuma cualquiera de las prerrogativas de la institución está admitiendo su adhesión a ella y su compromiso a cumplir con la imagen que sobre sí mismo le impone la institución. Por supuesto, no asumir estas prerrogativas implica un acto de alejamiento de la institución: no acudir a una cena familiar, no mostrar interés en el cumplimiento de los fines de la parroquia a la que se pertenece, no aceptar la oferta de afecto de la pareja, etc. implican actos que distancian al sujeto de la institución social a la que supuestamente pertenece.

"[...] si todo establecimiento social puede contemplarse como un centro del que sistemáticamente surgen ciertos conceptos implícitos sobre el yo, podemos llegar un poco más lejos, y concebirlo como un lugar donde los participantes enfrentan sistemáticamente estos conceptos implícitos. Faltar a las actividades prescritas, o realizarlas en formas, o con fines no prescritos, significa sustraerse al yo oficial, y al mundo que por disposición oficial era accesible para ese yo. Prescribir actividad es prescribir un mundo: eludir una prescripción puede ser eludir una identidad"
op. cit. p. 188

La disciplina en el actuar que el grupo intenta imponer al sujeto es mucho más que una forma de actuar, es una forma de ser uno mismo, de ahí la lucha del individuo contra esa imposición sobre su ser. Cuando el individuo colabora con la entidad social asumiendo el ser que ella intenta imponerle actuando de un modo predeterminado podemos decir que el sujeto realiza un ajuste primario. Cuando, al contrario, el individuo se opone a esta imposición sobre su ser se dice que realiza un ajuste secundario. Ser cumplidor y puntual en el trabajo serían ajustes primarios, escaquearse para salir a fumar o simular estar enfermo para no ir a la oficina serían, lógicamente, ajustes secundarios.

En un primer momento podría pensarse que los ajustes secundarios debilitan a la entidad social pero no necesariamente tiene que ser así. Debemos distinguir entre dos tipos de ajustes secundario: en primer lugar están los ajustes secundarios violentos, aquellos que buscan abandonar la institución social o alterar su estructura con mayor o menor radicalidad. Ejemplos de estos ajustes secundarios violentos podrían ser desde un ataque terrorista (que intenta romper o alterar la institución social de un Estado concreto) a la formalización de una petición de divorcio (que busca la ruptura de la institución del matrimonio). Por otro lado el ajuste reprimido, que es el segundo tipo de ajuste secundario que trata Goffman, se amolda externamente a las estructuras institucionales sin introducir ninguna presión para que la institución social cambie de rumbo. Este segundo tipo de ajuste secundario no sólo no pretende la destrucción de la entidad social sino que incluso puede apuntalarla ya que canaliza esfuerzos que de otro modo sí podrían ser destructivos para la institución. Esta es la razón por la que en muchas ocasiones los ajustes secundarios sean conocidos por la alta jerarquía de la institución social sin que la misma haga nada por suprimirlos: los ajustes secundarios quedan dentro del sistema social aún cuando sea en su periferia. Ejemplo de ajustes secundarios reprimidos pueden ser el absentismo escolar en los centros educativos de enseñanzas secundarias o las infidelidades dentro del matrimonio; en ambos ejemplos se ve que la finalidad evidente y última no es la destrucción de las instituciones sino saltarse reglas de las mismas para el propio provecho.

La frecuencia de los ajustes secundarios es mayor de lo que podemos imaginar, como dice el propio Goffman: "Donde quiera que se imponen mundos, se desarrollan submundos.".

El tema de los ajustes secundarios es especialmente interesante porque muestra hasta que punto el individuo se suele mostrar desafecto hacia la imagen que de sí mismo quiere imponerle la entidad social. Para mostrar esto Goffman habla de un tipo muy especial de ajuste que denomina "actividades de evasión". Gracias a la actividad de evasión el sujeto puede olvidarse de sí mismo y de cualquier consideración que el entorno social quiera imponerle; por unos instantes el individuo se recluye en un mundo en el que no tiene cabida las imposiciones de rol usuales. La religión, el trabajo alienante, las drogas, etc. son actividades de evasión típicas. Al ser un ajuste secundario reprimido la institución social suele ser permisiva con estas actividades de evasión, siempre que no traspasen ciertos límites e intensidad. La embriaguez social de "las grandes ocasiones" cumple este fin social: por un lado el individuo rompe con las ataduras sociales habituales (bromea, rompe las jerarquías, se disfraza, usa lenguaje equívoco, etc.); por otro, una vez acabada la actividad de evasión el sujeto vuelve a su vida cotidiana tal cual, cumpliendo con las obligaciones del rol. Las actividades de evasión suponen una liberación momentánea que, de facto, refuerza la cohesión social de la institución a la que el individuo puntualmente evadido pertenece.

Muchos sociólogos han confirmado que algunas prácticas de ajustes secundarios parecen ser valoradas antes por el simple hecho de que estén prohibidas que por los objetivos que mediante ellas mismas se alcanza, esto es la "sobredeterminación". Este fenómeno de rebelarse por rebelarse parece tener como finalidad mostrar que el hombre que lo realiza le queda alguna porción de personalidad e independencia inmunes a las imposiciones de la organización. De aquí se sigue otro hecho sociológico interesante y es que por regla general e muchas instituciones el cumplimiento de los roles sociales se produce a la par que ciertas actitudes de insubordinación ritual; esta insubordinación ritual tiene como fin, de nuevo, mostrar cierta independencia respecto al rol que la institución le endosa al individuo. Esta insubordinación ritual en ocasiones hace uso de la ironía y no traspasa la frontera que acarrearía la sanción. La lentitud al obedecer una orden, una excesiva e histriónica muestra de arrepentimiento ante una reprimenda, gestos miméticos sincronizados, mascullar o rezongar entre dientes son formas de esta desobediencia de baja intensidad.

Como conclusión podemos decir que es norma general que en toda institución social el individuo reserve algo de sí mismo fuera del alcance de la institución, un espacio de intimidad que mantenga una distancia entre él y las imposiciones del rol. El individuo parece definirse sociológicamente dentro de la entidad social como una realidad intermedia entre la identificación con el todo social y el rechazo absoluto. La identidad del sujeto surge sólo en un entorno social pero también contra ese mismo entorno social.

"Sin algo a que pertenecer, el yo carece de estabilidad. Por otro lado, el compromiso total y la total adhesión a cualquier unidad social, suponen la anulación relativa del yo. La conciencia de ser persona, proviene tal vez de la unidad mayor en la que estamos inmersos; la conciencia del yo, quizá vaya esbozándose a través de las resistencias minúsculas que oponemos a la poderosa atracción de esa entidad. Si nuestro status se apoya en las más sólidas construcciones del mundo, el sentido de nuestra identidad personal suele, por el contrario, radicarse en sus grietas."
op. cit. p. 316

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