lunes, octubre 27, 2008

La maravillosa vida breve de Oscar Wao (Junot Díaz)

Como he dejado claro en alguna que otra reseña no he sido hasta ahora un lector de autores “actuales”. Como cualquier lector la lista de libros “pendientes de leer” es enorme y entre tanto libro acumulado los clásicos suelen pesar mucho en número y calidad. Estoy abriendo mi actividad lectora a la narrativa actual, aunque por supuesto sin olvidar lo añejo, y el encontrarme con la obra que reseño hoy, “La maravillosa vida breve de Óscar Wao” de Junot Díaz, me hace comprender que es una apertura positiva. Por que si no hoy en un futuro de diez a veinte años esta obra, si mucho no me equivoco, será un clásico.

Los personajes son dominicanos, latinos, emigrados a los USA, el lenguaje de la novela es, por lo tanto, una suerte de spanglish o de criollo en donde las palabras inglesas se españolizan y las expresiones españolas se americanizan. Sin conocer el original se comprende la dificultad de la traducción que tan valientemente realiza la cubana Achy Obejas. Expresiones como jeva, papichulo, fuking o nerd perlan toda la obra que al principio puede dificultarse por el uso de estas palabras exóticas pero a las que el lector pronto se habitúa.

Óscar Wao es hijo de una mujer horrible, negro, dominicano, obeso y lo peor de todo, obsesionado con la cultura de la ciencia ficción, la fantasía y el rol; es lo que en los EE.UU. llaman un nerd y lo que en España denominaríamos como friki. El amor a Tolkien, Akira, Dune o Lovecraft que siente el personaje es sólo comparable con su deseo de perder la virginidad y su odio a cualquier ejercicio físico. Se ha comparado este personaje con el Ignatius J. Reilly de “La conjura de los necios” sin embargo, aunque las similitudes son muchas, en la obra de Toole el humor es la nota predominante en las andanzas de su personaje y sólo saber el triste fin de su autor empaña esta comicidad; en la obra de Junot, por el contrario, las desventuras de Wao siempre están teñidas por el dramatismo de su búsqueda, la conciencia constante de su frustración, su deseo fracasado de perder la virginidad y el desamor que tiñe todas sus relaciones familiares. El mérito de Junot es esconder tras este deseo simplista de sexo el deseo más profundo de Óscar, el deseo profundo de ser amado; esa búsqueda del amor que tanto le cuesta a nuestro héroe a lo largo de toda la novela, impedida por un poderosa poderosa maldición o fukú que afecta a tres generaciones de la familia de Wao, cohesiona toda la obra y la apuntala con un sublime final.

Entre las vicisitudes de Wao Junot también narra las desventuras de la madre y los abuelos maternos de Óscar; la terrible República Dominicana de Trujillo con su corrupción y su violencia sirven de justo contrapunto a la tristeza densa de la narración principal. La búsqueda de Beli, la madre de Wao, es la misma que la de su hijo, solo que a ella el dolor, en vez de llevarla por la senda de la amargura, le llevó por la senda de la crueldad; la dulce y insumisa niña de los primeros compases del libro se convierte por obra y gracia del sufrimiento y del desamor en una ogresa insensible incapaz de ningún sentimiento medianamente noble. Un libro que no defrauda al lector avalado por varios premios y del que dejo aquí un fragmento en el que se puede apreciar el curioso lenguaje del que hace uso Junot:


“Óscar, Lola le advirtió en varias ocasiones, te vas a morir virgen a menos que comiences a cambiar.

¿No crees que lo sé? Otros cinco años así y te apuesto que alguien trata de ponerle mi nombre a una iglesia.


Córtate el pelo, deshazte de esos espejuelos, haz ejercicio. Y bota esas revistas pornográficas. Son repugnantes, incomodan a Mami, y nunca te van a ayudar a levantar a una muchacha.


Consejos sanos que a fin de cuentas no adoptó. Intentó un par de veces hacer ejercicio, elevaciones de piernas, abdominales, dar vueltas a la manzana de madrugada, ese tipo de cosas, pero se percataba de que todos los demás varones tenían novias y se desesperaba, y volvía otra vez a sumirse en sus Penthouse, en el diseño de calabozos para sus juegos de rol, y en la autocompasión.

Parece que soy alérgico a la actividad. Y Lola dijo: Ja, me parece más bien que eres alérgico a todo tipo de esfuerzo.


No hubiera sido una existencia tan terrible de haber sido Paterson y sus alrededores como Don Bosco o como esas novelas feministas de ciencia ficción de los años setenta que había leído a veces: zonas vedadas a los hombres. Paterson, sin embargo, significaba jevas de la misma manera que NYC significaba jevas, y de la mismita manera que Santo Domingo significaba jevas. Paterson tenía muchachas loquísimas y si esas no te parecía que estaban lo suficientemente buenas, entonces, cabrón, solo era cuestión de seguir pal sur, a Newark, Elizabeth, Jersey City, las Oranges, Union City, West New York, Weehawken, Perth Amboy –una franja urbana que todo el mundo conocía como Negrápolis. En otras palabras, estaba rodeado por todas partes de hembras caribeñas e hispanoparlantes.

Ni siquiera se podía esconder en su propia casa; las amigas de su hermana siempre estaban presentes, como huéspedes permanentes. Cuando estaban cerca, Óscar no necesitaba las Penthouse. Las amigas de Lola no eran tan inteligentes pero estaban requetebuenas: la clase de jevitas latinas que solo salían con morenos musculosos o latino cats que guardaban armas de fuego en la casa. Todas eran miembros del equipo de voleibol, altas y en buena forma, y cuando salían a correr parecían el equipo de campo y pista de un paraíso terrorista. Eran las ciguapas del condado de Bergen: la primera era Gladys, que siempre se quejaba de tener las tetas demasiado grandes, porque de haber sido más pequeñas, quizá sus novios hubieran sido normales; Marisol, que terminaría en el MIT y odiaba a Óscar, pero que era la que a él más le gustaba; Leticia, acabadita
de bajar de la yola, mitad dominicana y mitad haitiana, esa mezcla especial que el gobierno dominicano jura que no existe, y que hablaba con un acento más que pronunciado, ¡una muchacha tan buena que se había negado a acostarse con tres novios consecutivos! No hubiera sido tan terrible si estas jevitas no hubieran tratado a Óscar como al guardia sordomudo del harén, dándole órdenes, mandándolo a hacer todas sus diligencias, riéndose de sus juegos y de su apariencia. Y, para colmo, hablando con todo lujo de detalles de sus vidas sexuales, como si él no existiera. Sentado en la cocina, con el último número de la revista Dragon en sus manos, les gritaba: Si no se han dado cuenta, hay un ser humano masculino presente.

¿Dónde?, Marisol decía con indiferencia. Yo no lo veo.


Y cuando se quejaban de que a los muchachos latinos solo les gustaban las blancas, siempre se ofrecía: A mí me gustan las hispanas. A lo que Marisol siempre respondía con muchísima condescendencia, Bárbaro, Óscar, bárbaro, salvo que no hay una hispana que quiera salir contigo.

Déjalo tranquilo, le contestaba Leticia. Yo creo que eres muy simpático, Óscar.


Ay, sí, por supuesto, decía Marisol, riéndose y volteando los ojos. Tú verás que ahora escribe un libro sobre ti.


Estas eran las Furias de Óscar, su panteón personal, las muchachas con quienes más soñaba, las que se imaginaba cuando se hacía la paja y a las que, con el tiempo, empezó a incluir en sus historias. En sus sueños siempre las estaba salvando de extraterrestres o había vuelto al barrio, rico y famoso –¡Es él! ¡El Stephen King dominicano!–, y entonces Marisol aparecería, llevando cada uno de sus libros para que él los firmara. Por favor, Óscar, cásate conmigo. Óscar, haciéndose el papichulo: Lo siento, Marisol, yo no me caso con putas ignorantes (pero, bueno, por supuesto que lo haría). Todavía miraba a Maritza de lejos, convencido de que algún día, cuando cayeran las bombas nucleares (o estallara la peste o invadieran los trípodes) y la civilización desapareciera, la rescataría de una ganga de espíritus necrófagos que irradiaban luz y juntos atravesarían una América devastada en busca de un mañana mejor. En estos ensueños apocalípticos (que había comenzado a anotar) él siempre era una especie de Doc Savage aplatanado, un supergenio que combinaba una maestría de talla mundial en las artes marciales con un dominio letal de las armas de fuego. No era poco para un muchacho que jamás en su vida había disparado con un rifle de aire, lanzado un piñazo o alcanzado más de la mitad de los puntos necesarios en las pruebas para entrar a la universidad.”

Junot Díaz; La maravillosa vida breve de Óscar Wao; Editorial Mondadori, pp. 36-38.

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